miércoles, 17 de marzo de 2010

Calle arriba desde mi casa

Hoy día, con el Google Earth, puedes visitar prácticamente cualquier rincón del mundo sin moverte de casa, con sólo un clic del ratón y siempre, claro está, que la nubes no te impidan la visión. Pero, como hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, sobre todo la cosa esta del Internet, resulta que ahora no sólo puedes ver cualquier ciudad del planeta, sino plantarte en sus mismas calles y contemplar, con un poco de suerte, la fachada de tu casa o el rostro del vecino, que en ese momento salía de la suya, o, quién sabe, cruzarte con ese amigo al que no ves desde hace años. Es lo que pueden comprobar con el nuevo invento que les presento, gentileza de mi amiga Henar, aunque algunos quizá ya lo conozcan. Viendo las posibilidades del juguete, estoy pensando en recorrerme cualquier ciudad de interés turístico sin moverme de este sillón, para admirar sus monumentos y demás fisonomías de interés, libre, por supuesto, de tráficos y aglomeraciones. Ya tengo planeada una escapada a Roma y otra a Londres.

Para llegar a un sitio, saque primero los billetes en la taquilla de abajo y aparecerá una página (que puede guardar si quiere en “Favoritos” de su ordenador) en la que deberá teclear la dirección y la ciudad elegida en la casilla “Address” (o “Dirección”, si ya se lo ha traducido el Google). Pinche luego en “Go”, y ya está, como por arte de magia se sitúa en el sitio elegido. Con la ruedecita situada en la parte superior izquierda puede girar la imagen hacia donde quiera –también puede hacerlo con el ratón-, a la derecha, a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo, y pulsando en la flechas de la línea blanca puede desplazarse por las calles –también, haciendo doble clic en los círculos que aparecen al mover el puntero del ratón. Además, se puede hacer zoom sobre una determinada zona haciendo doble clic sobre los cuadrados que van apareciendo al mover el puntero y aumentar o disminuir la imagen pulsando en los signos + o -. Otra opción para desplazarse por la ciudad o el pueblo elegidos es mover el monigote que aparece en el mapa de la derecha, arrastrándolo con el ratón y procurando, eso sí, no salirse de las calles marcadas con línea azul, ya que el resto parecen vedadas al visitante. Buen viaje y que disfrute del recorrido.


TAQUILLA

viernes, 12 de marzo de 2010

Aborto libre y progresismo


Esta mañana ha fallecido, en su casa de Valladolid, el escritor y académico Miguel Delibes. Desde “La sombra del ciprés es alargada” (1948), obra que supuso su estreno en las letras y con la cual consiguió el Premio Nadal, hasta “La tierra herida” (2005), escrita con su hijo Miguel, más de cincuenta títulos jalonan la trayectoria de un escritor considerado como uno de los grandes de la literatura española. “Dentro de doscientos años los niños estudiarán la obra de Delibes junto a la de los grandes de la Literatura española: Cervantes, San Juan de la Cruz, Quevedo, Lope de Vega, Góngora, Calderón, Pérez Galdós, Bécquer, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Aleixandre, Buero Vallejo, Unamuno, Federico García Lorca.”, ha escrito de él el también académico Luis María Anson. Pero no es la intención de este blog escribir una semblanza sobre su vida y su obra; ya se encargará de valorar su figura, desde hoy y en los próximos días, gente más preparada que quien esto escribe. Sí quiero traer, como homenaje, un artículo suyo publicado por primera vez en ABC en 1986 y vuelto a publicar, en este periódico y en otros medios, en sucesivas ocasiones, dado que no parece pasar nunca de actualidad. Se titula “Aborto libre y progresismo”, y es una aproximación al tema del aborto que, como verán, podría haberse escrito hoy mismo y que viene a demostrar que se puede estar a favor de la vida con independencia de la ideología que cada uno profese.



ABORTO LIBRE Y PROGRESISMO

En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.

La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.

Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna “progresía”. En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

Miguel Delibes

lunes, 8 de marzo de 2010

Mientras dormías

Te conocí mientras dormías. Bueno, en realidad no eras tú quien dormía, sino el tipo aquel al que salvaste de ser arrollado por el tren y del que estabas enamorada en secreto después de mucho frecuentar la ventanilla en la que le despachabas los billetes. Antes ya habías demostrado tus dotes como piloto en “Speed”, en compañía de Keanu Reeves, y de policía en “Demolition man”, junto al musculitos de Sylvester Stallone. Pero fue en esta película, como te decía, “Mientras dormías”, cuando te vi por primera vez. Yo entonces también me enamoré de ti en silencio, cuando te veía abrazando a Bill Pullman en los carteles de la película y me imaginaba que era a mí a quien abrazabas.

Este caballero no tuvo oportunidad de salvarte del tren, ni de repartir mandobles para rescatarte de algún villano que te hubiera raptado, pero aun así siguió pensando en ti, por lo menos tantas veces como te veía en alguna película o en las ocasiones en que volvía a encontrarse con esos brazos que se abrazaban a un cuello que seguía imaginando suyo.

Después de esta película, no puede decirse que tu trayectoria como actriz, salvo algunos títulos, haya sido muy afortunada, con comedias románticas –un género en el que compartes reinado junto a Julia Roberts y Meg Ryan- que se salvaban sólo por tu presencia, o películas de acción como “La red”, además de alguna incursión en el drama, como en la extraordinaria “Crash”. Hoy me entero de que, precisamente en otro papel dramático, te han concedido el Oscar a la mejor actriz, por una película, “The blind side”, aún no estrenada en España y en la que interpretas a una mujer de familia blanca rica que adopta a un adolescente afroamericano sin recursos y le ayuda a salir adelante en la vida a través del fútbol americano. Enhorabuena, pues, Sandra, por esta estatuilla y que esa sonrisa tuya siempre a punto nos siga transportando a ese cielo posible que se abre con las ventanas del celuloide.