lunes, 4 de octubre de 2010

La poesía en el alma

Echando un vistazo al periódico esta mañana, me entero de la muerte, a los 47 años, del poeta mallorquín Miguel Ángel Velasco. Finalista del Premio Adonais en 1979 con sólo 16 años, por su libro “Sobre el silencio y otros llantos”, dos años después lo conseguiría con “Las berlinas del sueño”, uno de los poemarios más hermosos de la Transición, una edición antes de que llegara otro de los títulos fundacionales de aquellos días, “El jardín extranjero”, del granadino Luis García Montero, y un año después de que lo lograra Blanca Andreu con “De una niña de provincias que se vino a vivir en un chagall”.

Poeta de una fuerza descomunal, la poesía era para él un sacerdocio más que un oficio, algo que llevaba cosido al alma. Viajero incansable del universo poético, buscó siempre nuevos territorios para su poesía, reinventándose y cambiando de registro sin por ello dejar de ser fiel a sí mismo. Su pasión por las vanguardias y un culturalismo que manaba de forma natural dejaron paso a un poeta maestro en el alejandrino, el endecasílabo, el verso blanco, en la escuela sobre todo de Agustín García Calvo.

Hace siete años obtuvo el Premio Loewe de poesía con “La miel salvaje”. En la portada de este libro aparece una imagen de un insecto atrapado en ámbar del Báltico, como reliquia de un tiempo perdido para siempre. Y de este mismo libro reproduzco el siguiente poema que espero que os guste:


SORTIJA

Se abisma el ojo en la encendida gota
procelosa del ámbar.
Hay un fragor secreto en la provincia
resumida. Un mosquito, oscuro Ícaro
del tiempo soterrado,
bogando en la burbuja que aún conserva
ese violín sin norte del zumbido.

Relicario de brasa. Dura lágrima
de un sol cristalizado en agonía
de remotas partículas que fuimos
en la aurora volcánica.
Ascua de nuestro infierno,
que transportamos como quien no sabe
que atesora su ruina, la Pompeya
del Día de la Ira en un anillo.