sábado, 18 de septiembre de 2010

De repente la lluvia


De repente la lluvia, que se lleva
el color y el verano,
y la pena en tu puerta
y un beso que acechaba en la penumbra.
Desprevenida el alma
en esta lluvia de septiembre,
con su verso vagando
por lágrimas sin nombre,
con su tiempo aún dispuesto
en el rumbo de unos ojos.
Al raso aún los sueños
con su anhelo de mariposa,
y ya la lluvia y su dolor opaco,
con la esperanza adelgazando
en la luz que se aleja, que se aleja...

domingo, 5 de septiembre de 2010

Un viaje en tren


10 de septiembre de 1946. Una religiosa menuda y fervorosa se dirige en tren hacia Darjeeling, un pueblo enclavado a los pies del Himalaya, para hacer su retiro anual. Es un lugar idóneo para tomarse unos días de descanso y oración, justo al borde de las nieves perpetuas, de escalofriantes alturas que parecen como talladas para transportar el espíritu a una altura superior, hacia la región de las moradas celestiales y eternas.

En su ánimo no figura otra intención que continuar siendo una devota hermana de Loreto y una puntual profesora en la escuela de St. Mary, rodeada del cariño de sus alumnas. No puede imaginar que allí mismo, en el tren, va a tener su primer encuentro con la “Voz”, como después se referiría a ella. Una “Voz” que la llamaba a abandonar la comodidad de Loreto, donde se encontraba tan feliz, para ir a la calle a servir a los más pobres de los pobres, para dejarlo todo e ir con Él a los barrios más miserables.

No, no podía ser ésta la respuesta a su oración, a su deseo de llevar alegría a quienes había sido enviada, a su petición de “fuerza para ser siempre la luz de sus vidas y así guiarlos hacia Ti.” Sin embargo, la “Voz” no ofrecía ninguna duda en cuanto a sus intenciones: “Ven, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé Mi luz.”

“No negarle nada”. Éste era el voto extraordinario que Madre Teresa había hecho cuatro años antes a Dios, una entrega sin reservas, para darle cualquier cosa que le pidiera. Pero ¿cómo podía ella satisfacerle? Debía dejar aquello que amaba y exponerse a trabajos duros y a sufrimientos que serían grandes. ¿Te negarás? Se enfrentaría sin duda a la incomprensión de muchos y quizás a las burlas de algunos. ¿No me ayudarías? La obra que Jesús le pedía la obligaba a un cambio radical en su existencia, a abrazar la pobreza como norma de vida y a beber de la miseria y el dolor de las calles de Calcuta. “Te has hecho Mi esposa por amor a Mí – has venido a la India por Mí. La sed que tenías de almas te trajo tan lejos. - ¿Tienes miedo a dar un nuevo paso por tu Esposo? Por Mí – por las almas? - ¿Se ha enfriado tu generosidad?

Durante los días siguientes, durante los meses siguientes, Madre Teresa continuaría escuchando esa voz que con ternura se dirigía a ella como “Esposa mía” o “Mi pequeñita”. A ella, una persona débil e incapaz, le tocaba enfrentarse a una labor de gigantes. Pero las respuestas seguían siendo cada vez más claras: “Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad – que serían Mi fuego de amor entre los más pobres – los enfermos – los moribundos – los niños pequeños de la calle. – Quiero que Me traigas a los pobres – y las hermanas que ofrecerían sus vidas como víctimas de Mi amor – me traerían estas almas a Mí. ¡Sé que eres la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque lo eres, te quiero usar para Mi Gloria! ¿Te negarás? "

Estas palabras, o más bien esa voz, la atemorizaban; el pensamiento de comer, dormir, vivir como los indios la llenaba de miedo. Rogó a la Virgen María que pidiese a Jesús que la apartara de todo eso. Pero, cuanto más rezaba, más claramente crecía la voz en su corazón, y así rezó para que Él hiciera con ella todo lo que quisiera. “Has dicho siempre ‘haz conmigo todo lo que desees’. – Ahora quiero actuar – déjame hacerlo – Mi pequeña esposa – Mi pequeñita. – No tengas miedo – estaré siempre contigo. – Sufrirás y ahora sufres – pero si eres Mi pequeña esposa – la esposa de Jesús Crucificado – tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón. – Déjame actuar. – No Me rechaces. – Confía en Mí amorosamente - confía en Mí ciegamente”. “Pequeñita, dame almas – dame las almas de los pobres niñitos de la calle. – Cómo duele – si tú sólo supieras – ver a estos niños pobres manchados de pecado. Anhelo la pureza de su amor. – Si sólo respondieras a Mi llamada – y me trajeras estas almas – apartándolas de las manos del maligno. – Si sólo supieras cuántos pequeños caen en pecado cada día. Hay conventos con numerosas religiosas cuidando a los ricos y los que pueden valerse por sí mismos, pero para Mis muy pobres no hay absolutamente ninguna. Es a ellos a quien anhelo – les amo. - ¿Te negarás?”

No, Madre Teresa no se negó. A pesar de las dificultades. A pesar de su debilidad. En medio de la terrible noche oscura que sufriría durante buena parte del resto de su vida, consiguió llevar la luz de Cristo a miles de almas que vivían en tinieblas; ese Cristo agonizante que es cada pobre y cada persona que sufre pudo ver calmada su sed. Hoy la labor de la Madre Teresa se extiende por todos los rincones del planeta, aquella formidable y divina empresa que comenzó en un tren continúa llegando a los más desamparados. Madre Teresa es un claro ejemplo de cómo Dios se sirve de las personas más débiles y sencillas para llevar a cabo su obra; toda su fortaleza era Cristo. Sigamos su ejemplo. No tengamos miedo a escuchar esa Voz que en ocasiones nos invita a seguirla por los caminos más difíciles.