jueves, 17 de noviembre de 2011

Estrella fugaz


Me gustan estos días de noviembre porque parece que me voy a encontrar de nuevo contigo, porque, aunque entonces te hallé, desapareciste en la misma senda por donde viniste, en la del otoño más alto, en la de los oros cansados y fugaces que son la puerta del sueño. Ahí están de nuevo el camino y el tiempo de entonces, para volver a encontrarte coronada con el sol que agoniza y con el hada del instante, el que siempre me devuelve tu rostro en estas horas delgadas y solemnes que serán siempre tuyas.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Germán de Argumosa, cuarto aniversario


Era yo un niño cuando, en las páginas del diario "Pueblo", seguía con interés cada día las novedades de un fenómeno que había hecho su aparición por entonces y mantenía en vilo a media España: las caras de Bélmez de la Moraleda, en la provincia de Jaén. Sin embargo, poco tiempo duró el gozo de transitar por un territorio hasta entonces desconocido para mí, el del misterio, puesto que alguien decidió que aquello era un fraude y no se volvió a hablar más del tema. Así funcionaban algunas cosas en aquella época.
Años después me enteraría de que no sólo no era un engaño lo que allí sucedía, sino que el fenómeno de los rostros misteriosos continuaba produciéndose, y que hubo una persona, el profesor Germán de Argumosa, que investigó a fondo este asunto de las llamadas teleplastias. Desde ese momento, no dejaría de seguir las intervenciones del profesor en la radio o en la televisión, sobre todo en el primer medio, en unos programas que quedaban justificados con sólo su presencia.
Se cumplen hoy cuatro años de su fallecimiento y estas líneas son un pequeño homenaje a quien atrapó mi interés en tantas madrugadas, en programas como "Medianoche", del también inolvidable Antonio José Alés, el que dirigía Julio César Iglesias en RNE o, el último donde intervino de forma regular, "Turno de noche" y su Zona Cero, del prematuramente desaparecido Juan Antonio Cebrián, pocos días antes que el profesor. A punto estuvo de coincidir su marcha de este mundo con las celebraciones de los Santos y de los Difuntos de estos días. Quizá, ya en el más allá, sepa por fin no sólo lo que nos aguarda tras la muerte, uno de los temas que más le gustaba tratar, sino la solución a tantos enigmas que nos planteamos. O probablemente no, porque, como en alguna ocasión le oí decir, no quería enterarse de golpe de la respuesta a todas las preguntas, sino hacerlo de forma gradual, para seguir paladeando el estudio y el misterio.
Quizá tenga también oportunidad de seguir leyendo ese libro que se dejó a medias. Lector infatigable, manifestaba no tener demasiado apego a este mundo y que la única razón por la que preferiría permanecer más tiempo entre nosotros era por leer esos libros que aguardaban sobre su mesa; auténtica envidia me daba cuando presumía de los miles de libros que abarrotaban cada rincón de su casa y de haberlos leído casi todos. Sea como fuere, profesor, echo de menos sus intervenciones cargadas de rigor y de entusiasmo en unos temas propensos a infinidad de fabulaciones y charlatanes; no abundan entre nosotros gente con su seriedad y su buen hacer.