
Decía Juan Pablo II, en su encíclica sobre el dolor, que "el sentido del sufrimiento es un misterio, pues somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones." Y Benedicto XVI, a las preguntas de una niña japonesa que sufrió el terremoto que asoló el pasado mes de marzo su país, respondía con otra pregunta: "También yo me pregunto: ¿por qué es así?, ¿por qué vosotros tenéis que sufrir tanto mientras otros viven cómodamente?" Aunque, como es lógico, encontraba en el dolor la oportunidad de encontrar a Jesús: "Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado."
A este misterio del dolor intenta acercarse José Luis Martín Descalzo en su libro "Razones para iluminar la enfermedad" (Ediciones Sígueme, Salamanca 2009), que tengo entre mis manos, una recopilación de artículos que ya vieron la luz en la prensa en su momento o en diversos libros que los recogían y que ahora, con una temática común, aparecen reunidos en un pequeño volumen que debiera ser del interés de todos, porque nadie se encuentra inmune al dolor, y que me permito recomendar. No sólo aborda en él el problema del dolor ajeno, sino también el suyo propio, el que experimentó en los últimos ocho años de su vida. El dolor, que llama a todas las puertas y que eleva o aniquila, que oscurece los semblantes o ilumina corazones, herencia que tarde o temprano habremos de aceptar sin remedio. El dolor, ese compañero de viaje no deseado pero que tal vez nos enseñe algún camino con su áspera palabra.