viernes, 23 de diciembre de 2011

El misterio del dolor

 ¿Por qué una persona lleva estudiando y trabajando toda su vida para conseguir una meta y, cuando cree que la ha conseguido, se desmorona todo como un castillo de naipes de la noche a la mañana? ¿Por qué, si Dios es bueno, acepta que un muchacho se mate en un coche la víspera de su boda, dejando destruidos a todos los suyos? ¿Por qué, de igual forma, un feliz  padre de familia abandona a los suyos tras una cruel y rápida enfermedad?  ¿Por qué sufro yo? ¿Qué he hecho yo para merecer mi enfermedad o mi abandono? ¿Qué culpa tienen los niños inocentes? Son preguntas que todos nos hacemos y ante las cuales es difícil encontrar una respuesta. Y es que el dolor es un misterio al cual hay que acercarse "como uno se acerca a la zarza ardiente: con los pies descalzos, con respeto y pudor." Podemos intentar una aproximación a este problema y encontrar quizás algunas respuestas parciales, que seguramente nos abrirán otras preguntas, porque la respuesta última nunca la tendremos, porque "después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe."

Decía Juan Pablo II, en su encíclica sobre el dolor, que "el sentido del sufrimiento es un misterio, pues somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones." Y Benedicto XVI, a las preguntas de una niña japonesa que sufrió el terremoto que asoló el pasado mes de marzo su país, respondía con otra pregunta: "También yo me pregunto: ¿por qué es así?, ¿por qué vosotros tenéis que sufrir tanto mientras otros viven cómodamente?" Aunque, como es lógico, encontraba en el dolor la oportunidad de encontrar a Jesús: "Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado."

A este misterio del dolor intenta acercarse José Luis Martín Descalzo en su libro "Razones para iluminar la enfermedad" (Ediciones Sígueme, Salamanca 2009), que tengo entre mis manos, una recopilación de artículos que ya vieron la luz en la prensa en su momento o en diversos libros que los recogían y que ahora, con una temática común, aparecen reunidos en un pequeño volumen que debiera ser del interés de todos, porque nadie se encuentra inmune al dolor, y que me permito recomendar. No sólo aborda en él el problema del dolor ajeno, sino también el suyo propio, el que experimentó en los últimos ocho años de su vida. El dolor, que llama a todas las puertas y que eleva o aniquila, que oscurece los semblantes o ilumina corazones, herencia que tarde o temprano habremos de aceptar sin remedio. El dolor, ese compañero de viaje no deseado pero que tal vez nos enseñe algún camino con su áspera palabra.

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