martes, 4 de mayo de 2010

Sin nosotros en vuestro vuelo


Te crees que van a vivir siempre, pero no es así. Te crees que vas a gozar siempre de su presencia, que van a estar siempre ahí para sacarte las castañas del fuego, pero tarde o temprano te das cuenta de tu error. Y no es que en el fondo no lo supieras, pero te niegas a aceptarlo, te niegas a aceptar que esa persona que es vida para ti, que te ha transmitido la vida, tenga un día que desaparecer.

Y sin embargo, la idea de separación, de alejamiento de aquellos que nos dieron el ser físico, mucho antes de que se produzca la separación definitiva, ya está inscrita en nuestros genes desde el comienzo. Así nos lo dice la Biblia cuando afirma que “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Gén 2, 24; Mt 19, 5; Mc 10, 7). Y santa Teresa de Jesús, cuando pone en boca de los padres: “Os damos alas para volar y después os pedimos que os alejéis con ellas en vuestro vuelo, os damos vida para vivir y después os suplicamos que la viváis sin nuestra vida.” Una ley de vida que puede parecer cruel en un principio, pero que se acepta y se desea finalmente de buen grado para dejar su curso a la naturaleza: “Aún así, es nuestro gran anhelo veros sin nosotros en vuestro vuelo.”

Así está escrito desde que el mundo es mundo y así sucederá hasta el final de los tiempos: la carne sucederá a la carne para acompañar al sol en su peregrinaje por el universo. Hubo una vez un niño que cuando comprendió la ley de la separación definitiva, es decir, el tiempo, se puso a llorar desconsoladamente debajo de una mesa. En su ingenuidad, creyó a sus progenitores cuando le consolaban diciéndole que aún faltaba mucho para ese momento. Hoy, ese niño ha regresado, y vuelve a llorar sin consuelo porque se ha cumplido el plazo, el fin de un sueño bajo el sol. Sin embargo, su mirada dolorida no se detiene en ningún punto en concreto y se pierde lejos, mucho más lejos del horizonte, allí donde quizá el tiempo, al fin desarmado, no pueda con sus hojas configurar el olvido.

A mi padre,
en el recuerdo.

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