
Parece que no han bastado funcionarios, pensionistas y personas dependientes para saciar el hambre que la incompetencia de la casta gobernante ha provocado en los leones de la crisis, y ya han surgido voces sugiriéndole a Nerón el viejo truco, que vuelva a echar a la arena a los de siempre: los cristianos. Si hace unos días era Tomás Gómez, el secretario general de los socialistas madrileños, quien abogaba por que la Iglesia católica renunciara de manera voluntaria a parte de lo que recibe por la Declaración de la Renta para colaborar, según él, en la lucha contra la crisis, ahora ha sido el eximio pensador José Blanco quien ha especulado con la desaparición de la casilla de la Iglesia del IRPF. Sostiene el ilustre estadista que la Iglesia se lleva la mayor parte de las ayudas que el Gobierno concede a las instituciones, incluidos los partidos políticos, los sindicatos y las ayudas sociales. “Podemos suprimir la casilla de la Iglesia católica –ha manifestado- y sólo quedaba para gasto social, por tanto podía ser una idea, no la estoy proponiendo, pero lo digo porque a veces se juega demasiado con el populismo y la demagogia.” Pues mire usted quién fue a hablar de populismo y demagogia, don José. Frente a estas palabras, sólo cabe recordarle a esta gente lo más elemental, como ha hecho monseñor Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo: “El sistema que tenemos en la Conferencia Episcopal es de asignación voluntaria, no es ningún impuesto. La gestión es del Estado, pero son los fieles, o los que no lo son, quienes ponen esa crucecita; por lo tanto la aportación es libre.” Además, claro, de poner de manifiesto una vez más la ingente labor social y educativa que la Iglesia lleva a cabo, con instituciones como Cáritas, por la que mucha gente que no es creyente no duda en marcar también esta casilla, y sin la cual el Estado tendría poco menos que echar el cierre.
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