
“¡Es la economía, imbécil!” Ésta fue la frase que le soltó Bill Clinton a George Bush padre en la campaña electoral que le llevó por primera vez a la Casa Blanca. Con ella daba a entender que, aunque Bush había tenido un notable éxito en política exterior, con el fin de la Guerra Fría y la I Guerra del Golfo, el verdadero problema estaba en la economía y en la recesión que sufría el país en esos momentos. Nadie ponía sobre la mesa, por supuesto, el modelo de estado y la unidad territorial, en un país donde no suele aparecer ningún botarate que cuestione la idea de nación, y menos si le toca ocupar la presidencia.
Daba pena ver ayer a nuestros políticos, tras la resolución del TC sobre el Estatuto catalán, presentar ésta como la que más se ajustaba a sus esperanzas, al modo de los resultados de unas elecciones, donde siempre parece que todos ganan y nadie pierde. A Zapatero y sus secuaces ya los conocemos: odian España, sus costumbres, sus tradiciones, todo lo que suene a español, y son capaces de pactar hasta con el mismísimo diablo o con el sultán de Marruecos con tal de seguir en el poder. De los otros –patética ayer Soraya-, en cambio, se esperaba algo más, una defensa de la idea de España –y una perseverancia en ella- con la que muchos nos hemos criado y hemos aprendido a amar a esta tierra. Qué espectáculo ayer el de nuestros políticos, he ganado yo, has perdido tú y, mientras, España desangrándose como la verdadera víctima de sus disputas. Dan ganas de gritarles lo de Clinton a Bush hace unos años, cambiando, como es lógico, los términos de la exclamación: “¡Es España, imbéciles!”
Daba pena ver ayer a nuestros políticos, tras la resolución del TC sobre el Estatuto catalán, presentar ésta como la que más se ajustaba a sus esperanzas, al modo de los resultados de unas elecciones, donde siempre parece que todos ganan y nadie pierde. A Zapatero y sus secuaces ya los conocemos: odian España, sus costumbres, sus tradiciones, todo lo que suene a español, y son capaces de pactar hasta con el mismísimo diablo o con el sultán de Marruecos con tal de seguir en el poder. De los otros –patética ayer Soraya-, en cambio, se esperaba algo más, una defensa de la idea de España –y una perseverancia en ella- con la que muchos nos hemos criado y hemos aprendido a amar a esta tierra. Qué espectáculo ayer el de nuestros políticos, he ganado yo, has perdido tú y, mientras, España desangrándose como la verdadera víctima de sus disputas. Dan ganas de gritarles lo de Clinton a Bush hace unos años, cambiando, como es lógico, los términos de la exclamación: “¡Es España, imbéciles!”