martes, 29 de junio de 2010

¡Es España, imbéciles!


“¡Es la economía, imbécil!” Ésta fue la frase que le soltó Bill Clinton a George Bush padre en la campaña electoral que le llevó por primera vez a la Casa Blanca. Con ella daba a entender que, aunque Bush había tenido un notable éxito en política exterior, con el fin de la Guerra Fría y la I Guerra del Golfo, el verdadero problema estaba en la economía y en la recesión que sufría el país en esos momentos. Nadie ponía sobre la mesa, por supuesto, el modelo de estado y la unidad territorial, en un país donde no suele aparecer ningún botarate que cuestione la idea de nación, y menos si le toca ocupar la presidencia.

Daba pena ver ayer a nuestros políticos, tras la resolución del TC sobre el Estatuto catalán, presentar ésta como la que más se ajustaba a sus esperanzas, al modo de los resultados de unas elecciones, donde siempre parece que todos ganan y nadie pierde. A Zapatero y sus secuaces ya los conocemos: odian España, sus costumbres, sus tradiciones, todo lo que suene a español, y son capaces de pactar hasta con el mismísimo diablo o con el sultán de Marruecos con tal de seguir en el poder. De los otros –patética ayer Soraya-, en cambio, se esperaba algo más, una defensa de la idea de España –y una perseverancia en ella- con la que muchos nos hemos criado y hemos aprendido a amar a esta tierra. Qué espectáculo ayer el de nuestros políticos, he ganado yo, has perdido tú y, mientras, España desangrándose como la verdadera víctima de sus disputas. Dan ganas de gritarles lo de Clinton a Bush hace unos años, cambiando, como es lógico, los términos de la exclamación: “¡Es España, imbéciles!”

sábado, 26 de junio de 2010

El origen de "La Roja"


Creo que era al amigo Lucio al que le comentaba hace unos días que la primera vez que oí eso de “La Roja” fue en labios del anterior seleccionador, Luis Aragonés, por lo que pudiera éste ser su origen. Al parecer estaba en lo cierto. El pasado domingo leía en las páginas de “La Razón” digital unas declaraciones suyas, al poco de llegar al cargo, en las que decía que le gustaría “que la selección tuviera un nombre, una identidad. Igual que Brasil es la canarinha o Argentina la albiceleste, me gustaría que España fuera La Roja”.

No tiene, por tanto, este término connotaciones políticas. Igual que Uruguay es la celeste, Italia la azzurra, o Francia “les bleus", “La Roja” sólo alude al color de la camiseta, aunque el nombre haya calado sobre todo en los medios prisaicos. Pretendía Luis con esto conseguir una mayor identificación de la afición con el equipo de todos los españoles, y razones creo que no le faltaban. A mí me da envidia ver cómo en otros países el primer equipo de todos es la selección nacional. Aquí no. Aquí el primer equipo es el Madrid, el Barça o el Alcoyano, que ya hay que tener moral para esto último.

Hasta hace poco, a España se la conocía como “La Furia”, un apelativo que nació en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920 cuando, en un partido contra Suecia, Belauste, al grito de “A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo”, pedía el balón con el que conseguiría el primer gol de una remontada que se había puesto muy difícil. Y en algunos lugares de Hispanoamérica se la conoce como “La Furia Roja”, una denominación que ayuda a distinguirla de la selección chilena, nuestro rival de ayer, que reclama para ella sola el sobrenombre de “La Roja”.

La verdad es que, viendo ahora la añada de nuestra selección, formada en buena parte por jugadores técnicos y no demasiado fuertes, no parece que nos cuadre mucho eso de “La Furia”, algo que sí definía bien a los Camacho, Maceda o Gordillo de otro tiempo, aunque esto es algo que va por épocas. En cualquier caso, seamos “La Roja”, “La Rojigualda”, “La Furia”, o como quiera que se nos llame, lo importante es que España sea el equipo de todos y reciba nuestro apoyo. Y que ganemos, a ser posible.

jueves, 24 de junio de 2010

El perturbado


Leo que “Un perturbado ataca el Jesús del Gran Poder de Sevilla y le arranca un brazo”, y no puedo evitar pensar en el inquilino de la Moncloa. Luego compruebo que no, que se trata de un funcionario de prisiones de la cárcel de Huelva, de 37 años, que al parecer tiene alteradas sus facultades mentales y se cree nada menos que Jesucristo.

Algo tendrá nuestro presidente para acordarme de él al leer la noticia. Hay un libro que se llama “El iluminado de la Moncloa”, de Pío Moa, y el otro día César Vidal comentaba que a veces le daba la impresión de que Zapatero no se encontraba muy bien de la cabeza, después de aconsejar al Primer Ministro británico que emprendiera cuanto antes las reformas económicas necesarias para salir de la crisis. Así que parece ser que no soy el único en asociar su nombre al de un perturbado. Pero no es, como decía antes, Zapatero el autor de esta agresión a la venerada imagen sevillana que, por fortuna, no ha sufrido daños de gran consideración y volverá a estar expuesta al culto en pocos días.

Me doy cuenta, sin embargo, de que Zapatero quizá no sea el autor del atentado al Jesús del Gran Poder, pero sí de otras acciones por las que muy bien podría ser tildado con el calificativo de perturbado. Porque desde luego hace falta ser perturbado para, bajo el amparo de una ley como la de Memoria Histórica, provocar de nuevo el enfrentamiento entre españoles reabriendo las heridas de la Guerra Civil. O hace falta ser también perturbado para intentar cambiar de la noche a la mañana las tradiciones religiosas de todo un pueblo, como lo sucedido en el Corpus de Toledo hace unas semanas o con la nueva Ley de Libertad Religiosa que se avecina. Por no hablar de que es prácticamente imposible que reconozca su inutilidad para sacarnos de la crisis y marcharse así de donde nunca debió haber llegado, o de esa ley demencial que pretende convertir en un derecho el asesinato de niños inocentes; no me extraña que luego se quejen del descenso de la natalidad.

El perturbado de Sevilla al menos se encuentra en observación psiquiátrica; en cambio, el perturbado que nos gobierna continúa en su sitio y prácticamente no hay día que no haga alguna de las suyas. Todo un país con el alma en vilo esperando a ver hacia dónde se dirige el próximo disparo, o en la esperanza de que al menos los Obamas o las Angelas Merkel de turno pongan un poco de remedio a su solemne incapacidad.

martes, 15 de junio de 2010

Días de junio


“Junio es amigo del sol”, dice una conocida cancioncilla sobre los meses del año. Sin embargo, este año me parece que el mes ha tomado de la diosa Juno tan sólo el nombre. No recuerdo un junio así; ni mi madre, que es mayor, tampoco. Diríase que hubieran cancelado el verano y nos encontráramos ya con los primeros fríos de septiembre, con ese cielo gris y esa lluvia con que se anuncia el otoño.

En el jardín, el gato gris del que hablaba en mi crónica de febrero se ha transformado en un gatazo oscuro, casi negro, con algún toque de amarillo. El gris sigue viniendo, pero parece haber cedido la corona del Beckham a este rival más poderoso, y más sociable, pues no sale como un rayo en cuanto atisba la más mínima presencia humana. Con el único que pone los pies en polvorosa, y aun así sólo cuando se acerca demasiado, es con el Rufo, el auténtico monarca de este sitio, que parece empeñado en llevar hasta sus últimas consecuencias eso de “como el perro y el gato.”

El Rufo. ¿Cuántos años tendrá ya? Ya sé que son catorce, pero ¿a cuántos equivalen de la vida de una persona? Sean los que sean, debe de ser bastante mayor. Y vaya si se nota. Llevo un tiempo que he notado que está un poco teniente, o bastante, que a veces tengo que despertarle con la mano para dar nuestro paseo diario. Quién lo iba a decir. El Rufo, sordo, sin uno de los sentidos que le hacen infinitamente superior al ser humano. Quizá tenga también sus ventajas y este año no salga despavorido cuando tiren los cohetes en las fiestas.

Hace un rato que ha cesado la lluvia escasa y que se han marchado esos negros nubarrones que amenazaban con un diluvio, y ahora luce un sol espléndido. La tarde se ha quedado inmóvil, calmada, y el verde nuevo de los árboles resalta ahora con toda su intensidad, consumada ya la primavera. Algo así debe de ser ese “silencio verde, todo hecho de guitarras destrenzadas”, del que hablaba Gerardo Diego. Otro silencio, además, más intenso que el anterior, se cuela por las ramas de los árboles y penetra hasta el alma. Es el silencio de quien amaba estos árboles y esta luz, y que se ha marchado para siempre. Es el silencio que aún duele y pregunta con la última palabra. Divina esta brisa que dice que algún día continuará la conversación interrumpida.