martes, 15 de junio de 2010

Días de junio


“Junio es amigo del sol”, dice una conocida cancioncilla sobre los meses del año. Sin embargo, este año me parece que el mes ha tomado de la diosa Juno tan sólo el nombre. No recuerdo un junio así; ni mi madre, que es mayor, tampoco. Diríase que hubieran cancelado el verano y nos encontráramos ya con los primeros fríos de septiembre, con ese cielo gris y esa lluvia con que se anuncia el otoño.

En el jardín, el gato gris del que hablaba en mi crónica de febrero se ha transformado en un gatazo oscuro, casi negro, con algún toque de amarillo. El gris sigue viniendo, pero parece haber cedido la corona del Beckham a este rival más poderoso, y más sociable, pues no sale como un rayo en cuanto atisba la más mínima presencia humana. Con el único que pone los pies en polvorosa, y aun así sólo cuando se acerca demasiado, es con el Rufo, el auténtico monarca de este sitio, que parece empeñado en llevar hasta sus últimas consecuencias eso de “como el perro y el gato.”

El Rufo. ¿Cuántos años tendrá ya? Ya sé que son catorce, pero ¿a cuántos equivalen de la vida de una persona? Sean los que sean, debe de ser bastante mayor. Y vaya si se nota. Llevo un tiempo que he notado que está un poco teniente, o bastante, que a veces tengo que despertarle con la mano para dar nuestro paseo diario. Quién lo iba a decir. El Rufo, sordo, sin uno de los sentidos que le hacen infinitamente superior al ser humano. Quizá tenga también sus ventajas y este año no salga despavorido cuando tiren los cohetes en las fiestas.

Hace un rato que ha cesado la lluvia escasa y que se han marchado esos negros nubarrones que amenazaban con un diluvio, y ahora luce un sol espléndido. La tarde se ha quedado inmóvil, calmada, y el verde nuevo de los árboles resalta ahora con toda su intensidad, consumada ya la primavera. Algo así debe de ser ese “silencio verde, todo hecho de guitarras destrenzadas”, del que hablaba Gerardo Diego. Otro silencio, además, más intenso que el anterior, se cuela por las ramas de los árboles y penetra hasta el alma. Es el silencio de quien amaba estos árboles y esta luz, y que se ha marchado para siempre. Es el silencio que aún duele y pregunta con la última palabra. Divina esta brisa que dice que algún día continuará la conversación interrumpida.

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