viernes, 18 de septiembre de 2009

Fin de fiesta

Descubrió su sonrisa y la siguió durante todas las fiestas, en los bailes, los desfiles, las procesiones y demás actos que marcaban las horas de esos días alegres. No era fácil dar con ella, separados por la riada de personas que acudían puntuales a cada festejo, ojos y rostros extraños en su mayoría que le hacían sentirse aún más solo y perdido en su desesperación por encontrarla.

No sabía su nombre, tan sólo que era luz. Una luz que parecía brillar de forma especial entre guirnaldas, farolillos y bombillas de colores de la feria. Cada vez que descubría su presencia, se sentía paralizado y pensaba que sería incapaz de dar un solo paso, de pronunciar la palabra que venciese ese abismo insalvable que parecía abrirse entre los dos; las estrellas quedaban para el cielo, y sus torpes manos jamás osarían adentrarse en los misterios de la noche.

No supo cómo lo hizo –sin duda el alcohol tuvo que ver bastante-, pero de pronto se vio abrazado a aquel cuerpo en uno de los bailes que poblaban la noche. El vuelo de su falda era un ave nocturna, y su cintura, la certeza del paraíso que no se creía estar rozando. La chica no parecía en absoluto disgustada, e incluso en algún momento le pareció hallar cobijo en aquellos ojos como nacidos de la noche.

Tampoco supo cuándo terminó el baile, ni cómo se habían marchado aquellos ojos que ahora mismo imaginaba tristes. Ahora las calles aparecían frías y solitarias, y la fiesta le parecería un sueño de no ser por las banderitas y guirnaldas que temblaban con el viento gris. Todo había concluido, y el otoño llamaba a las puertas con su equipaje de nostalgia. Había visto el paraíso, incluso lo había tocado con sus propias manos, pero sus labios jamás se abrieron para reclamar un sitio en él. Y ahora el viento gris regresaba. Y se reprochaba su miedo invencible. Y nadie le respondía.

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