
“Tengo sed”. Estas dos palabras pronunciadas por Jesús en la cruz son las que se escriben en cada capilla de las Misioneras de la Caridad en todo el mundo, como recuerdo del fin de espiritualidad y misión de esta congregación. Durante toda su vida, Madre Teresa siempre insistió en que la única y más importante razón de la congregación que había fundado era saciar la sed de Jesús. Una sed que va mucho más allá de la necesidad física para convertirse en una sed de amor y de almas. Una sed infinita dirigida a cada persona, a cada uno de nosotros, hacia aquellos que hemos escuchado hasta la saciedad estas palabras –quizá sea hora de que abramos el oído- y hacia aquellas personas que nunca han escuchado el mensaje del que murió en una cruz por todos, o que, si lo escucharon, tal vez lo olvidaron en los afanes de la vida. Este mensaje es la luz. Se trata de llevar la luz de Cristo a aquellos que viven en las tinieblas de la falta de fe o en esa otra oscuridad del que se cree abandonado por Dios a causa de su dolor o su miseria.
“Ven, sé mi luz”, fueron las palabras que pudo escuchar por primera vez la Madre Teresa de Calcuta durante aquel viaje en tren hacia un retiro en Darjeeling, a los pies del Himalaya. Una luz que el Señor le encargó llevar a los barrios más miserables, a los moribundos, los mendigos y los niños pequeños de la calle, a los más pobres de los pobres. Hoy se cumplen doce años de su paso al Padre, de su encuentro con esa Luz que tanto anheló, en su noche oscura, durante buena parte de su vida. Sin embargo, cuánta luz no derramaría a pesar de no verla ella, en esos “agujeros negros” de Calcuta, en tantos moribundos cuyo último recuerdo de esta vida fue el cariño de Madre Teresa y de sus Misioneras de la Caridad. “He vivido como un perro, pero voy a morir como un ángel”, fueron las palabras de un moribundo a quien recogió cubierto de gusanos. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, nos dice Jesús en el evangelio. Madre Teresa entendió perfectamente esta identificación de Cristo con los pobres y con todos los que sufren y supo encontrarle en cada persona doliente, en cada llaga que lavó con sus manos colmadas de amor. Madre Teresa es una santa de nuestro tiempo, una luz en este mundo de egoísmo y de oscuridad. Atrevámonos a seguir, aunque sea de forma mínima, su ejemplo que aún perdura.
“Ven, sé mi luz”, fueron las palabras que pudo escuchar por primera vez la Madre Teresa de Calcuta durante aquel viaje en tren hacia un retiro en Darjeeling, a los pies del Himalaya. Una luz que el Señor le encargó llevar a los barrios más miserables, a los moribundos, los mendigos y los niños pequeños de la calle, a los más pobres de los pobres. Hoy se cumplen doce años de su paso al Padre, de su encuentro con esa Luz que tanto anheló, en su noche oscura, durante buena parte de su vida. Sin embargo, cuánta luz no derramaría a pesar de no verla ella, en esos “agujeros negros” de Calcuta, en tantos moribundos cuyo último recuerdo de esta vida fue el cariño de Madre Teresa y de sus Misioneras de la Caridad. “He vivido como un perro, pero voy a morir como un ángel”, fueron las palabras de un moribundo a quien recogió cubierto de gusanos. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, nos dice Jesús en el evangelio. Madre Teresa entendió perfectamente esta identificación de Cristo con los pobres y con todos los que sufren y supo encontrarle en cada persona doliente, en cada llaga que lavó con sus manos colmadas de amor. Madre Teresa es una santa de nuestro tiempo, una luz en este mundo de egoísmo y de oscuridad. Atrevámonos a seguir, aunque sea de forma mínima, su ejemplo que aún perdura.
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