viernes, 23 de octubre de 2009

Las leyes no escritas


Hablaba Francisco Rodríguez Adrados, en un extraordinario artículo el pasado domingo en “La Razón”, sobre las leyes no escritas de los dioses, que serían “aquellas que proclamaba Antígona frente a Creonte en la Antígona de Sófocles. Aquellas previas a cualquier legislación positiva en cualquier nación o sociedad. Las que obligan a todos porque son, simplemente, hombres. Son universales, previas a opiniones y partidos, a las religiones. Hay lo que se puede votar y lo que es implacablemente verdadero, como que ahora es de día o de noche”.

En efecto. Hay cosas que no se pueden someter al consenso de todos, como se ha hablado estos días, hay leyes que son anteriores a cualquier normativa humana, que sólo debería limitarse a velar por su cumplimiento. Entre las violaciones de estas leyes se encontrarían aquellas que atentan contra la vida, como el aborto libre, que es “una de las primeras violaciones de las leyes no escritas, las de Sófocles, las leyes de la vida. La vida está por encima de las constricciones e igual el amor, del que procede. Entonces, ¿por qué tronchar vidas humanas que quieren nacer? Es, simplemente, un homicidio”.

El día o la noche, la vida o la no vida –y más ahora, con los últimos descubrimientos científicos- son cosas que no se deberían someter a votación alguna. O se es o no se es. No existe nada llamado “preembrión”, que es un término acuñado por los grupos abortistas; la vida tiene un momento de inicio, y éste no es otro que el momento de la concepción. Cualquier persona, sea cual sea su ideología, su creencia o no creencia, debería apostar siempre por un valor universal como es la vida.

A lo largo de la Historia –continuaba diciendo Rodríguez Adrados-, han existido siempre homicidios admitidos por las distintas sociedades, ya sea en el ámbito militar, judicial o religioso; sin embargo, hoy cualquier hombre con un mínimo de sensibilidad se horroriza ante todo esto. Entonces, se pregunta Adrados, “¿por qué tantos y tantas promocionan el aborto, que es homicidio de un hombre indefenso y sin culpa? ¿Qué pretenden? ¿Que nuestra sociedad se agoste? ¿Dejarle paso al emigrante?”. Un tiempo, este nuestro, en el que la conciencia parece anestesiada, seguramente por cobardía, por no atreverse a mirar a la realidad, por el “puro egoísmo de los que, con ayuda de una ley, rehuyen de algún modo, quizás sin convicción, aceptar la culpa. Porque hay una culpa, nadie lo dude. Contra las leyes no escritas de la Humanidad”.

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