
Han traído los medios de comunicación estos días la noticia del hallazgo de la primera casa en Nazaret que data de los tiempos de Jesús. Situada a unas decenas de metros de la Basílica de la Anunciación, la construcción estaba formada por dos habitaciones y un patio con una cisterna excavada en piedra donde se almacenaba el agua de la lluvia. Los escasos útiles que se han encontrado son sobre todo fragmentos de cuencos de cerámica de los siglos I y II después de Cristo, además de otros fragmentos de cuencos de yeso, que sólo utilizaban las familias judías por motivos religiosos.
Bien pudiera servirnos este hallazgo para acercarnos, en estos días tan especiales, a ese Niño que nace esta noche. Si los restos encontrados son de la época del Nazareno, bien pudo conocer Jesús la casa en cuestión, e incluso haber estado en ella, quizá por algún recado de su padre, porque jugaba allí con un amigo de la infancia o porque pasó a visitar a un enfermo; o, ya puestos a soñar, acaso nos encontremos ante la mismísima casa del Salvador, ¿por qué no?
En cualquier caso, estas piedras encontradas –enterradas bajo los siglos,

de una casa perecedera al fin y al cabo- pueden llevarnos a ese otro templo vivo que sólo tardó tres días en ser levantado cuando los hombres lo destruyeron, a esa otra casa de infinita misericordia que lleva en pie más de dos mil años. Asomémonos a este templo santo y sintamos el vértigo de la Encarnación, asomémonos a esta casa eterna y sintamos por unos instantes el calor del Amor más grande. Porque, si de verdad atisbamos el verdadero sentido de la Navidad, no podemos sentir otra cosa que vértigo y asombro, desconcierto e incomprensión. Góngora intuyó a la perfección su significado cuando escribió eso de “porque hay distancia más inmensa / de Dios a hombre que de hombre a muerto”. Así es. En la cruz, Cristo salta de hombre a muerto (una distancia pequeña, que todo hombre ha de cruzar), mientras que en Belén el salto es infinito, nada menos que de Dios a hombre.
En Navidad, de esta manera, lo Infinito se hace finito, Aquel que no tenía ninguna necesidad de nosotros se viste con nuestras ropas y viene a nuestro encuentro, la criatura desvalida que es el hombre encuentra al fin una casa segura donde cobijarse. Acerquémonos esta noche a ese humilde pesebre para vislumbrar siquiera el Misterio tan grande que nos acaba de suceder. Feliz Navidad.
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