sábado, 12 de diciembre de 2009

Tarde de otoño


Me gusta pasear con el Rufo en las puestas de sol y devolver el saludo a la buena gente. Sentir en mi piel el frío, aún no excesivo, de este final de otoño y sonreír con el alma al viento. Contemplar el sol manso sobre las paredes de la ermita y pensar que dentro se esconde otra luz que nunca cesa. El viernes es día de visita al templo, y un desfile pausado de gente se acerca a besar los pies a Jesús Nazareno y a adecentar el alma, en un diálogo cuyas sílabas a veces saltan desde el fondo de los ojos. Mientras, carretera arriba, algunos hombres del campo regresan con el sol y el dolor del día a sus espaldas. Se encienden ya las primeras luces cuando un cielo morado desciende hasta las calles y cierra el día y las palabras.

Y a ti, muchacha, decirte que muchos ocasos como éste nos separan, que algún sueño se perdió en ellos y me dejó sus cicatrices. Que el tiempo es sólo una luna que se enciende con sonrisas como la tuya, y que te amo en esa luz.

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