
No sé por qué se me ocurriría escribir la otra noche su nombre en el Google y enterarme de que había muerto no hacía demasiado, el día 9 del pasado mes de mayo. En los últimos años le había perdido la pista, y la actividad que realizaba era para mí un misterio, como los muchos que ocupaban las horas mágicas de la noche de mi programa de radio favorito de entonces, “Medianoche”. No sé por qué se me ocurriría teclear el nombre de Antonio José Alés en el buscador de Google. Fue como un fogonazo, una chispa, un presentimiento de que alguien muy querido para mí se encontraba ya en el firmamento como una más de tantas estrellas.
Y mira que me lo hacía pasar mal en ocasiones. Descubrí su programa en el verano del 78, cuando se llamaba “Agosto noche”, aunque el adolescente que era yo entonces pronto cambiaba de emisora cuando un frío más intenso que el de la noche comenzaba a recorrerle la espalda. Al verano siguiente cambió el nombre por el de “Verano noche” –ya el adolescente aguantaba sus emisiones de principio a fin-, para pasar a llamarse definitivamente “Medianoche” en otoño de esa misma temporada, ya con emisiones regulares todo el año, después del programa de deportes de José María García y en una cadena Ser en la que todavía no habían desembarcado Polanco y demás bárbaros de las ondas.
Antonio José Alés fue para toda una generación la persona que nos introdujo en el mundo de lo desconocido, de esa otra realidad que parece encontrar su

mejor representación en el reino de las sombras. Ovnis y fantasmas, videntes y curanderos, psicofonías y casas encantadas comenzaron a desfilar por esas horas de la madrugada en las que cada ruido es un asalto al corazón. Voces como las de Antonio Ribera, Juan José Benítez, Enrique de Vicente, el padre Pilón o el profesor Germán de Argumosa llegaron a ser familiares y se convertirían en las mejores guías para acercarnos al misterio. Por no hablar de sus escalofriantes relatos de terror con los que no encontrabas sábana suficiente para esconder el cuerpo. Más de una vez me ha tocado quedarme solo en el pueblo, en una casa vieja plagada de ruidos y de sospechas que parecía el marco ideal para las historias que escuchaba por la radio.
“Medianoche” fue también el programa pionero en alertas ovni, una iniciativa que después se extendió a otras emisoras y que aún sigue en nuestros días. Recuerdo con nostalgia aquella primera alerta a la que llegué a apuntarme para observar el cielo desde este lugar manchego. No vi ninguna luz, salvo las que pueblan desde siglos el firmamento y que se han convertido en buzones del más profundo anhelo. Sin embargo, qué ilusión me hizo cuando, días después, mi admirado Antonio José dijo mi nombre en antena por haber participado en el programa.

Jiménez del Oso, Juan Antonio Cebrián, Germán de Argumosa... y ahora Antonio José Alés. Se me ha ido en poco tiempo un buen número de estos maestros que lograban que permanecieras con el oído pegado al transistor. Porque estos nombres, además de conocedores del mundo del misterio, eran sobre todo comunicadores, magníficos narradores que hacían que estuvieras pendiente de su palabra de principio a fin y que lograban contagiarte de su pasión por lo desconocido. Alés dominaba, además, las ondas como pocos. Una vez los miembros de su equipo le hicieron creer que el invitado del día había faltado a la cita y allí le dejaron, a solas con el micrófono y su voz prodigiosa que, palabra tras palabra y frase tras frase, fue construyendo un discurso sin interrupciones con el que consiguió llenar la hora del programa. Palabras no le faltaban a este mago de las ondas, como tampoco sabiduría adquirida a lo largo de años de investigación del mundo de lo paranormal. Un universo que sigue estando ahí, oculto, sigiloso, dispuesto a sorprender a todo el que quiera adentrarse por sus intrincados caminos. Un universo no por menos conocido, menos real, acaso también peligroso en algunos de sus senderos y al que deberíamos acercarnos siempre con precaución. Y con la mosca detrás de la oreja. Si algo aprendí de él en todos los años que le escuché, fue que hay que dudar de todo, que hay mucho embaucador metido en este mundo que por unos minutos de fama o unas perras puede engañar a cualquier incauto que se le acerque. Además de una frase que le gustaba repetir de continuo: “El mayor misterio es el ser humano”. Descansa en paz, Antonio José Alés, la voz de la noche, del misterio, compañía sobre todo en unas horas de silencio y de quietud.