lunes, 27 de julio de 2009

Voces en la medianoche

No sé por qué se me ocurriría escribir la otra noche su nombre en el Google y enterarme de que había muerto no hacía demasiado, el día 9 del pasado mes de mayo. En los últimos años le había perdido la pista, y la actividad que realizaba era para mí un misterio, como los muchos que ocupaban las horas mágicas de la noche de mi programa de radio favorito de entonces, “Medianoche”. No sé por qué se me ocurriría teclear el nombre de Antonio José Alés en el buscador de Google. Fue como un fogonazo, una chispa, un presentimiento de que alguien muy querido para mí se encontraba ya en el firmamento como una más de tantas estrellas.

Y mira que me lo hacía pasar mal en ocasiones. Descubrí su programa en el verano del 78, cuando se llamaba “Agosto noche”, aunque el adolescente que era yo entonces pronto cambiaba de emisora cuando un frío más intenso que el de la noche comenzaba a recorrerle la espalda. Al verano siguiente cambió el nombre por el de “Verano noche” –ya el adolescente aguantaba sus emisiones de principio a fin-, para pasar a llamarse definitivamente “Medianoche” en otoño de esa misma temporada, ya con emisiones regulares todo el año, después del programa de deportes de José María García y en una cadena Ser en la que todavía no habían desembarcado Polanco y demás bárbaros de las ondas.

Antonio José Alés fue para toda una generación la persona que nos introdujo en el mundo de lo desconocido, de esa otra realidad que parece encontrar su mejor representación en el reino de las sombras. Ovnis y fantasmas, videntes y curanderos, psicofonías y casas encantadas comenzaron a desfilar por esas horas de la madrugada en las que cada ruido es un asalto al corazón. Voces como las de Antonio Ribera, Juan José Benítez, Enrique de Vicente, el padre Pilón o el profesor Germán de Argumosa llegaron a ser familiares y se convertirían en las mejores guías para acercarnos al misterio. Por no hablar de sus escalofriantes relatos de terror con los que no encontrabas sábana suficiente para esconder el cuerpo. Más de una vez me ha tocado quedarme solo en el pueblo, en una casa vieja plagada de ruidos y de sospechas que parecía el marco ideal para las historias que escuchaba por la radio.

“Medianoche” fue también el programa pionero en alertas ovni, una iniciativa que después se extendió a otras emisoras y que aún sigue en nuestros días. Recuerdo con nostalgia aquella primera alerta a la que llegué a apuntarme para observar el cielo desde este lugar manchego. No vi ninguna luz, salvo las que pueblan desde siglos el firmamento y que se han convertido en buzones del más profundo anhelo. Sin embargo, qué ilusión me hizo cuando, días después, mi admirado Antonio José dijo mi nombre en antena por haber participado en el programa.

Jiménez del Oso, Juan Antonio Cebrián, Germán de Argumosa... y ahora Antonio José Alés. Se me ha ido en poco tiempo un buen número de estos maestros que lograban que permanecieras con el oído pegado al transistor. Porque estos nombres, además de conocedores del mundo del misterio, eran sobre todo comunicadores, magníficos narradores que hacían que estuvieras pendiente de su palabra de principio a fin y que lograban contagiarte de su pasión por lo desconocido. Alés dominaba, además, las ondas como pocos. Una vez los miembros de su equipo le hicieron creer que el invitado del día había faltado a la cita y allí le dejaron, a solas con el micrófono y su voz prodigiosa que, palabra tras palabra y frase tras frase, fue construyendo un discurso sin interrupciones con el que consiguió llenar la hora del programa. Palabras no le faltaban a este mago de las ondas, como tampoco sabiduría adquirida a lo largo de años de investigación del mundo de lo paranormal. Un universo que sigue estando ahí, oculto, sigiloso, dispuesto a sorprender a todo el que quiera adentrarse por sus intrincados caminos. Un universo no por menos conocido, menos real, acaso también peligroso en algunos de sus senderos y al que deberíamos acercarnos siempre con precaución. Y con la mosca detrás de la oreja. Si algo aprendí de él en todos los años que le escuché, fue que hay que dudar de todo, que hay mucho embaucador metido en este mundo que por unos minutos de fama o unas perras puede engañar a cualquier incauto que se le acerque. Además de una frase que le gustaba repetir de continuo: “El mayor misterio es el ser humano”. Descansa en paz, Antonio José Alés, la voz de la noche, del misterio, compañía sobre todo en unas horas de silencio y de quietud.

miércoles, 22 de julio de 2009

Victoria del tiempo


Quizá fueron primero los cumpleaños los días en los que parecía encontrarse siempre; el suyo, el de sus padres, el de sus hermanos o amigos... Comenzó entonces a darse cuenta de un vago latir del tiempo, de unas estaciones en las que determinadas fechas siempre acudían como un tren puntual. Tal vez fuesen después algunas fiestas del año las que parecían también volver siempre fieles a su cita; San José, los Santos, las fiestas del lugar... Sí, la Navidad y su grueso abrigo de paño fueron al comienzo los días que más pronto regresaban, con esa sensación de nostalgia y de estufa de leña que a pesar de sus años aún en primaveras comenzaba a sentir. Al mismo tiempo –o acaso antes, o después-, otros días especiales como el fallecimiento de un ser querido o la boda de un amigo empezaron a latir también en el calendario. Conservaba en la página más blanca del alma el día de su primer beso, cuando creyó desvanecerse en el viento de la noche; tan luminoso le parecía ese momento, que no lo sentía encadenado a un día del almanaque. Después comenzaría a llegar el aniversario de su boda, una fecha que cada vez más le parecía pertenecer a las viejas fotografías. Y otros momentos relacionados con la familia que acaba de formar. Nunca imaginó que aquel ser menudo por cuya causa tantas noches pasaba en vela comenzara a crecer tan pronto. Pero ahí estaban también esos años que parecían arrinconar cada vez más los suyos.

Cada vez volvían más deprisa las fechas. Siempre había un cumpleaños, un aniversario, una fiesta o una primavera que llamaba con celeridad a la puerta; a veces, de manera tan rápida que creía haberlos despedido hacía unos instantes. Siempre le parecía levantar la hoja de un día concreto del calendario, de una luz o una tristeza que volvía para ser vivida o recordada. A veces se recreaba en un momento determinado, en un intento de retener los minutos que tan rápidamente se le escapaban. Pero sabía que estaba condenado al fracaso, que a un día le sucedía otro y a una semana la siguiente hasta ver de nuevo asomarse por la esquina esos momentos que quiso retener.

Un día se puso a mirar por la ventana y a observar las hojas de los árboles. Se dio cuenta de su fragilidad, de que pronto no estarían y serían arrastradas a los confines del viento. Decidió entonces que él sería también como una hoja –que era como una hoja-, que, incapaz de detener el avance del tiempo, se dejaría de igual forma arrastrar por el viento y sus azares, hasta el final de sus pasos en este mundo, aun cuando la nostalgia le pidiese a gritos que su pulso volviese a vivir las horas tan lejanas.

miércoles, 15 de julio de 2009

Prodigio en la tarde de julio


Qué excelsa todavía esta luz de julio, que se diría hecha para trazar caminos y horizontes para los ojos y certezas para el espíritu. La tierra presenta ya el aspecto de un campo después de la batalla y la mirada se pierde en los rastrojos amarillos. Es una tierra exhausta, envejecida, como satisfecha de haber entregado un año más en el plazo previsto los dones de su entraña. La luz, que ha experimentado un retroceso apenas perceptible, parece celebrar en cada brillo este fin de curso, lejos aún del declive y el paso acelerado de los días de agosto. Todavía quedan tareas que realizar en el campo, y los brazos y los rostros ennegrecidos seguirán afanándose bajo el sol; pero esos mares de espigas que colmaban el horizonte pertenecen ya al tiempo y a las primeras calles del sueño.

En esta tierra silenciosa, en la que el tiempo parece haberse tomado un descanso en su paso intransigente, nadie esperaría un movimiento y menos un prodigio. Sin embargo, allí estaba, como surgida de un reflejo o de un cielo inesperado, montada en un brioso corcel. Apenas llegaría a quince años, mas ya su melena del color de los rastrojos se desparramaba sobre su espalda. La mirada seria y al frente bajo su gorra de visera, pendiente del control de su montura. Ya se acerca la joven diosa. Demasiada altura y demasiado tiempo entre las dos miradas, demasiados atardeceres que se fueron. Sin embargo, de pronto el prodigio que vence un momento la distancia, el corazón que aflora inesperado, la luz en la luz de una sonrisa.

sábado, 11 de julio de 2009

Tiempo de ingratitud


El otro día cuando íbamos de paseo con el Rufo, se nos acercó. Dada la diferencia de peso entre los dos canes, y puesto que dudaba de sus intenciones con respecto a mi pequeño acompañante, opté por ahuyentarle para evitar algún posible mal. Luego me arrepentí. Era un perro abandonado. Uno de tantos que en estas fechas vacacionales pueblan nuestras calles, nuestros campos y nuestras carreteras. Uno de tantos que seguramente ignora –su corazón creo que es incapaz de semejante suposición- la traición de su amo, que ha sido vendido al aire y al olvido y condenado a vagar por los caminos de la ingratitud.

Unos vecinos le dieron algo de comer. Seguramente agradecería esas manos amigas, lejos sin embargo de esas otras que le acariciaron desde pequeño y que modelaron en su corazón la lealtad y el agradecimiento. Ese perro será recogido –quizá lo hayan hecho ya- por los municipales y llevado a alguna perrera donde tal vez obtenga el asilo de un alma generosa, o acaso –en este pueblo no hay ningún establecimiento semejante- ya le han sacrificado y han puesto fin a ese horizonte de deslealtad que le aguardaba.

No es la primera vez que escribo sobre este tema y probablemente tampoco será la última. Esta época de vacaciones parece un tiempo de ingratitud. Poco podía imaginarse el pobre animal por Reyes –estos perros abandonados de ahora son los cachorros regalados ese día- que existe un pecado que se llama haber crecido, y otro mayor, exclusivo del corazón de los hombres, llamado miseria, y egoísmo, cuando con pocas semanas era el centro de atención de todo el mundo. El miserable que ha abandonado a este perro ha pagado un doble precio por sus vacaciones. Uno es el económico, el dinero que ha tenido que abonar por el alquiler del chalé o el apartamento. El otro es la moneda de la ingratitud, un capital que por desgracia parece abundar en el corazón de los humanos.

jueves, 9 de julio de 2009

Catedráticos

En los primeros años de universidad, es raro que te dé clases el catedrático de la asignatura, misión ésta que suelen reservar para los últimos años de carrera. En mi breve paso por la universidad, sin embargo yo sí tuve el privilegio de recibir enseñanza por parte de alguno de estos monstruos del saber. Hablo, por ejemplo, de don Emilio Lorenzo Criado, cuyo nombre quizá todavía figure en alguno de los manuales de inglés para COU que circulan por ahí, un auténtico maestro de filólogos y de lingüistas que fue elegido miembro de la Real Academia Española en mi primer año de facultad y que, por motivos de salud, no pudo pronunciar su discurso de ingreso hasta dos años después, justo el curso que me tocó asistir a su magisterio; un sonoro aplauso fue su recibimiento al día siguiente cuando entró en el aula. También me refiero a don Mario Hernández Sánchez-Barba, catedrático de Historia de América, de quien las últimas noticias que tuve fueron una intervención suya en un programa de televisión sobre el posible “impeachment” a Bill Clinton y algunos artículos en el ABC. Grato recuerdo conservo de estas dos personas de las que, por razones que no vienen al caso, no pude disfrutar todo el tiempo que debiera.

Bueno, pues ahora no sólo de un catedrático, sino de dos, y sin necesidad de matricularse en ninguna universidad, podemos tener la fortuna de asistir a una lección magistral. Me estoy refiriendo, como muchos habrán supuesto, a Agapito Maestre y a Gabriel Albiac, y al programa “La tertulia con Los Catedráticos” que cada viernes emite Libertad Digital Televisión. Confieso que no he seguido el programa de forma regular desde sus inicios; el no poder ver esta emisora por televisión y tener que seguir la tertulia en diferido, en Internet y a través de un pequeño cuadradito, no han ayudado precisamente a mi afición por el programa.

Sin embargo, en los últimos tiempos me he acostumbrado a escucharles y ya no hay semana que pueda pasar sin verlos (no he probado si se puede seguir la emisión a través de eso que anuncian de “livestream”, en directo algunas veces y con la posibilidad de ocupar toda la pantalla del ordenador). El programa, muy bien moderado por Dieter Brandau, es un prodigio de inteligencia y de sabiduría, de juicio ponderado y claridad en las ideas, de respeto al oponente y de saber estar en un plató. Comienza con un repaso a los asuntos de mayor actualidad para pasar luego al debate de la semana, que en las dos últimas emisiones ha tratado respectivamente del perdón y del esfuerzo. Rodeados de libros y con escenas de películas para apoyar sus argumentos, los catedráticos ofrecen sus puntos de vista sobre el tema a tratar de manera ágil y amena. Vale la pena pasarse un rato por el programa, en el que podrán comprobar, además de cuestiones de más hondo calado, cómo Gabriel Albiac es capaz de vestir otro color que no sea el negro. La pena es que este viernes es el último programa de la temporada, que tratará sobre la amistad, una amistad que también parece haber surgido entre estas dos personas por el solo hecho de compartir unos minutos ante las cámaras.

domingo, 5 de julio de 2009

Los nuevos dioses

Viendo el otro día la presentación de Kaká por el Real Madrid, uno comprende que el fútbol sea una de las mayores religiones de nuestros días y los futbolistas, los nuevos dioses. Allí, en ese Olimpo madridista que es el Santiago Bernabeu, se encontraba Florentino Pérez convertido en sumo sacerdote, oficiando una ceremonia ante 50.000 fieles a los que anunciaba la llegada del nuevo mesías blanco que les iba a redimir de los pecados de Ramón Calderón y a prometer una nueva y gloriosa temporada en la que olvidarían los sufrimientos de la anterior con la conquista de nuevos títulos. Y, ojo, que la ceremonia anterior se puede quedar corta con la llegada de un astro aún mayor, al menos en cuanto al precio, cuya cifra de traspaso hace que se te confunda su equivalente en pesetas con el número de estrellas del firmamento.

No voy a entrar ahora en si es ético o no pagar 94 millones de euros por un futbolista; pero, en principio, un traspaso que critican el cardenal Sistach, el presidente Montilla y hasta el mismo Zapatero, indica que esta vez los mandamases blancos han dado de lleno en la diana. La esperanza es algo que no tiene precio, y con estos fichajes Florentino ha conseguido devolver la ilusión a millones de corazones blancos que se encontraban perdidos en el desierto.


Es apasionante esto del fútbol. La identificación con unos colores creo que es uno de los sentimientos más arraigados en el ser humano. Se puede cambiar de equipo cuando todavía eres niño, pero no conozco a ninguna persona –aunque seguramente también las haya- que lo haga de mayor. Yo de pequeño tenía un amigo que primero fue del Madrid, luego se pasó al Hércules de Alicante (!), para recalar finalmente en las filas culés. También tenía otro que primero era del Madrid, luego se hizo del Barcelona, en la época de Cruyff, para regresar de nuevo a la senda blanca no mucho tiempo después. Yo mismo estuve a punto de pasarme al bando colchonero, pero un gol de Schwarzenbeck en el último minuto de aquella final de la Copa de Europa del 74 me libró de lo que iba a ser una larga serie de padecimientos posteriores.


Sería interesante conocer qué número de personas se cambia de chaqueta, o camiseta, futbolística cada año. De vez en cuando se nos ofrecen algunos datos referentes a la religión, a si el número de católicos, por ejemplo, ha aumentado o disminuido en tal o cual sitio; pero desconocemos si el número de barcelonistas ha crecido tras la conquista de la última Champions y si, por el contrario, el de madridistas ha menguado tras una temporada para el olvido. Para mí que, dejando al margen a los aficionados infantiles, mucho más influenciables que el seguidor adulto, este número no ha debido de variar de forma significativa. Y es que el fútbol es como una segunda religión. No hay más que ver los 60.000 béticos que no hace mucho se manifestaban contra Lopera. ¿Se movilizará algún día un número semejante contra el paro y los desmanes de esta desgracia que tenemos por presidente? No lo creo; al menos mientras el partido político sea también otra religión en vez de España.

miércoles, 1 de julio de 2009

Halló el caballero

Halló el caballero otra dama que ocupara su corazón. Era de tez morena, de un país lejano en el que se diría que siempre reinase el sol, con unos ojos oscuros en los que el silencio parecía clavarse en la infinita soledad de sus pupilas. No supo cómo vino; tan sólo que un veloz caballo pasó a su lado y que desde entonces el corazón también se le desbocó. Las pocas veces que tenía la fortuna de verla, le parecía que una extraña magia paralizaba su cuerpo y sus labios; no encontraría jamás el enemigo ocasión tan propicia para doblegar la fortaleza de su brazo.

Sólo había cruzado con ella algunos saludos de rigor e invisibles sonrisas, pensaba que su pasión naciente era correspondida y no tardó en adecentar en su interior el mejor de los aposentos para tan encantadora dama. Aquel día la vio venir de lejos y tuvo tiempo de preparar el tono de su voz –tan torpe en otras ocasiones- y el discurso de su sonrisa. Por fin llegó a su altura y todo salió como estaba previsto; la voz sonó segura en la mañana y en sus ojos brillaron las monedas del alma. Ella también correspondió afectuosa a su saludo. Mas sólo en apariencia: el timbre de su voz estaba revestido con todo el filo de la distancia y sintió que una lanzada le atravesaba el corazón. Jamás enemigo alguno logró encontrar arma tan poderosa para atravesar el grosor de su armadura.