
Qué excelsa todavía esta luz de julio, que se diría hecha para trazar caminos y horizontes para los ojos y certezas para el espíritu. La tierra presenta ya el aspecto de un campo después de la batalla y la mirada se pierde en los rastrojos amarillos. Es una tierra exhausta, envejecida, como satisfecha de haber entregado un año más en el plazo previsto los dones de su entraña. La luz, que ha experimentado un retroceso apenas perceptible, parece celebrar en cada brillo este fin de curso, lejos aún del declive y el paso acelerado de los días de agosto. Todavía quedan tareas que realizar en el campo, y los brazos y los rostros ennegrecidos seguirán afanándose bajo el sol; pero esos mares de espigas que colmaban el horizonte pertenecen ya al tiempo y a las primeras calles del sueño.
En esta tierra silenciosa, en la que el tiempo parece haberse tomado un descanso en su paso intransigente, nadie esperaría un movimiento y menos un prodigio. Sin embargo, allí estaba, como surgida de un reflejo o de un cielo inesperado, montada en un brioso corcel. Apenas llegaría a quince años, mas ya su melena del color de los rastrojos se desparramaba sobre su espalda. La mirada seria y al frente bajo su gorra de visera, pendiente del control de su montura. Ya se acerca la joven diosa. Demasiada altura y demasiado tiempo entre las dos miradas, demasiados atardeceres que se fueron. Sin embargo, de pronto el prodigio que vence un momento la distancia, el corazón que aflora inesperado, la luz en la luz de una sonrisa.
En esta tierra silenciosa, en la que el tiempo parece haberse tomado un descanso en su paso intransigente, nadie esperaría un movimiento y menos un prodigio. Sin embargo, allí estaba, como surgida de un reflejo o de un cielo inesperado, montada en un brioso corcel. Apenas llegaría a quince años, mas ya su melena del color de los rastrojos se desparramaba sobre su espalda. La mirada seria y al frente bajo su gorra de visera, pendiente del control de su montura. Ya se acerca la joven diosa. Demasiada altura y demasiado tiempo entre las dos miradas, demasiados atardeceres que se fueron. Sin embargo, de pronto el prodigio que vence un momento la distancia, el corazón que aflora inesperado, la luz en la luz de una sonrisa.
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