
Sólo había cruzado con ella algunos saludos de rigor e invisibles sonrisas, pensaba que su pasión naciente era correspondida y no tardó en adecentar en su interior el mejor de los aposentos para tan encantadora dama. Aquel día la vio venir de lejos y tuvo tiempo de preparar el tono de su voz –tan torpe en otras ocasiones- y el discurso de su sonrisa. Por fin llegó a su altura y todo salió como estaba previsto; la voz sonó segura en la mañana y en sus ojos brillaron las monedas del alma. Ella también correspondió afectuosa a su saludo. Mas sólo en apariencia: el timbre de su voz estaba revestido con todo el filo de la distancia y sintió que una lanzada le atravesaba el corazón. Jamás enemigo alguno logró encontrar arma tan poderosa para atravesar el grosor de su armadura.
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