miércoles, 1 de julio de 2009

Halló el caballero

Halló el caballero otra dama que ocupara su corazón. Era de tez morena, de un país lejano en el que se diría que siempre reinase el sol, con unos ojos oscuros en los que el silencio parecía clavarse en la infinita soledad de sus pupilas. No supo cómo vino; tan sólo que un veloz caballo pasó a su lado y que desde entonces el corazón también se le desbocó. Las pocas veces que tenía la fortuna de verla, le parecía que una extraña magia paralizaba su cuerpo y sus labios; no encontraría jamás el enemigo ocasión tan propicia para doblegar la fortaleza de su brazo.

Sólo había cruzado con ella algunos saludos de rigor e invisibles sonrisas, pensaba que su pasión naciente era correspondida y no tardó en adecentar en su interior el mejor de los aposentos para tan encantadora dama. Aquel día la vio venir de lejos y tuvo tiempo de preparar el tono de su voz –tan torpe en otras ocasiones- y el discurso de su sonrisa. Por fin llegó a su altura y todo salió como estaba previsto; la voz sonó segura en la mañana y en sus ojos brillaron las monedas del alma. Ella también correspondió afectuosa a su saludo. Mas sólo en apariencia: el timbre de su voz estaba revestido con todo el filo de la distancia y sintió que una lanzada le atravesaba el corazón. Jamás enemigo alguno logró encontrar arma tan poderosa para atravesar el grosor de su armadura.

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