domingo, 5 de julio de 2009

Los nuevos dioses

Viendo el otro día la presentación de Kaká por el Real Madrid, uno comprende que el fútbol sea una de las mayores religiones de nuestros días y los futbolistas, los nuevos dioses. Allí, en ese Olimpo madridista que es el Santiago Bernabeu, se encontraba Florentino Pérez convertido en sumo sacerdote, oficiando una ceremonia ante 50.000 fieles a los que anunciaba la llegada del nuevo mesías blanco que les iba a redimir de los pecados de Ramón Calderón y a prometer una nueva y gloriosa temporada en la que olvidarían los sufrimientos de la anterior con la conquista de nuevos títulos. Y, ojo, que la ceremonia anterior se puede quedar corta con la llegada de un astro aún mayor, al menos en cuanto al precio, cuya cifra de traspaso hace que se te confunda su equivalente en pesetas con el número de estrellas del firmamento.

No voy a entrar ahora en si es ético o no pagar 94 millones de euros por un futbolista; pero, en principio, un traspaso que critican el cardenal Sistach, el presidente Montilla y hasta el mismo Zapatero, indica que esta vez los mandamases blancos han dado de lleno en la diana. La esperanza es algo que no tiene precio, y con estos fichajes Florentino ha conseguido devolver la ilusión a millones de corazones blancos que se encontraban perdidos en el desierto.


Es apasionante esto del fútbol. La identificación con unos colores creo que es uno de los sentimientos más arraigados en el ser humano. Se puede cambiar de equipo cuando todavía eres niño, pero no conozco a ninguna persona –aunque seguramente también las haya- que lo haga de mayor. Yo de pequeño tenía un amigo que primero fue del Madrid, luego se pasó al Hércules de Alicante (!), para recalar finalmente en las filas culés. También tenía otro que primero era del Madrid, luego se hizo del Barcelona, en la época de Cruyff, para regresar de nuevo a la senda blanca no mucho tiempo después. Yo mismo estuve a punto de pasarme al bando colchonero, pero un gol de Schwarzenbeck en el último minuto de aquella final de la Copa de Europa del 74 me libró de lo que iba a ser una larga serie de padecimientos posteriores.


Sería interesante conocer qué número de personas se cambia de chaqueta, o camiseta, futbolística cada año. De vez en cuando se nos ofrecen algunos datos referentes a la religión, a si el número de católicos, por ejemplo, ha aumentado o disminuido en tal o cual sitio; pero desconocemos si el número de barcelonistas ha crecido tras la conquista de la última Champions y si, por el contrario, el de madridistas ha menguado tras una temporada para el olvido. Para mí que, dejando al margen a los aficionados infantiles, mucho más influenciables que el seguidor adulto, este número no ha debido de variar de forma significativa. Y es que el fútbol es como una segunda religión. No hay más que ver los 60.000 béticos que no hace mucho se manifestaban contra Lopera. ¿Se movilizará algún día un número semejante contra el paro y los desmanes de esta desgracia que tenemos por presidente? No lo creo; al menos mientras el partido político sea también otra religión en vez de España.

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