viernes, 28 de agosto de 2009

Esa luz que nunca tuvo


No, no había pasado por ella el tiempo. Sus facciones se dibujaban ante él tal como las recordaba, con los pómulos marcados y ese pelo corto y negro que enmarcaba una perenne sonrisa, con esos ojos que parecían abrir de par en par las ventanas del alma. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era el hecho del volver a verla, de tener de nuevo ante sus ojos esos rasgos que creía definitivos en las habitaciones del recuerdo, esos aposentos cerrados para siempre por las llaves del tiempo.

Casi se le escapaban las lágrimas al contemplar con vida aquellos años, aquella luz que, aunque volvía a nombrar de nuevo las cosas, sabía completamente vedada. Imaginaba cómo habría podido ser su vida junto a ella, el roce de esas manos capaces de aliviar la tristeza de las horas; y se preguntaba qué destino o mala estrella era el suyo, que le había privado de tantos sueños trazados.

Tan absorto estaba en sus pensamientos que a punto estuvo de olvidar que lo que estaba viendo era una película y que la chica no era ella sino una actriz que asombrosamente siempre se le había parecido como una gota de agua a otra, que ese tiempo que ahora cobraba vida no era sino un intento amargo del alma de penetrar en esa luz que nunca tuvo.

lunes, 24 de agosto de 2009

Coser y... curar


Seguramente no sea tan fácil como la frase a la que alude el título de este escrito, pero al menos así lo parece tras enterarse uno de las hazañas del doctor Pedro Cavadas, el cirujano que, con un trasplante de cara, mandíbula y lengua en el hospital La Fe de Valencia, el primero del mundo de estas características, nos ha colocado en primera línea de este tipo de intervenciones. No sé si finalmente la operación será un éxito –las previsiones son optimistas, los médicos esperan poder dar el alta a este paciente en menos de diez días-, pero a mí lo que me parece no ya un éxito, sino un auténtico milagro, es que alguien se atreva a coger la aguja y ponerse a echar un remiendo al rostro de una persona.

Antecedentes no le faltaban a este mago de la cirugía, no en cuanto al rostro humano, pero sí en lo referente a otras partes de nuestra anatomía. Como el caso de un paciente al que hace tres años reimplantó la pierna derecha, amputada en un accidente. Pues ahora cojo la pierna y te la pongo en la ingle. Y ahora en el tobillo derecho, que todavía no está listo el muñón. Parece cosa de película, de algún científico loco, pero esto fue literalmente lo que hizo el doctor Cavadas con esta persona, malabarismos quirúrgicos que al resto de mortales se nos escapan.

En el caso que nos ocupa, la primera parte –y la más difícil- del proceso fue la extracción del rostro del donante. A continuación, tras proceder a la identificación de los nervios, las venas y las arterias del receptor, se pasó a encajar las diferentes piezas, especialmente la lengua, que, con un mayor número de terminaciones nerviosas, era el órgano más delicado; y, con ella, la mandíbula y la parte inferior del rostro hasta el cuello. Por último, se procedió a cerrar la piel.

Al paciente ahora le aguarda un largo y duro proceso de recuperación física. En un año tendrá que recuperar la movilidad en la lengua, el habla, la capacidad de tragar, el gusto y la sensibilidad. En cambio, la parte psicológica ya parece superada. “Se ha mirado al espejo, se ha reído, está encantado”, explicaba el doctor Cavadas. Esta sonrisa recuperada, con independencia del resultado final de la intervención, me parece ya todo un éxito; la esperanza es algo que no tiene precio, y más después de once años de calvario, como era el caso de este paciente.

Felicidades, pues, para el doctor Cavadas y para esta persona que ha logrado ver la luz tras largos años de desesperación. Felicidades también para nuestra medicina que, al menos en este tema de los trasplantes, se coloca en la vanguardia mundial. Por último, uno no puede dejar de formularse cierta pregunta maliciosa cuando comprueba los avances de la medicina actual, y más si piensa en el inquilino de la Moncloa: ¿para cuándo el trasplante de cerebro?

miércoles, 19 de agosto de 2009

Un pedazo de sol


Me ha costado encontrarla, pero la noticia existía, pude verla ayer en Telemadrid. Perdida en el maremágnum de sucesos que nos inunda cada día, he querido rescatarla para mostrar que no es sólo mal lo que nos rodea, que a veces un pedazo de sol visita esta tierra en penumbras en la que vivimos y nos hace reconfortarnos con lo mejor de nosotros mismos.

Ayer, en el último encierro de las fiestas patronales de Leganés, se vivieron momentos dramáticos cuando un joven de 21 años resultó corneado a la entrada de la plaza y perdió temporalmente el conocimiento, segundos antes de que llegara el resto de astados. En esos instantes, David Rodríguez, otro joven que también corría el encierro, no se lo pensó dos veces y arrastró al caído a un lugar seguro, lejos de los pitones que aún faltaban por llegar.

Es difícil mirar el horizonte cuando lo que está en juego es nuestra propia vida. Sin embargo, esta persona tuvo tiempo de mirar al suelo y descubrir que allí yacía un desconocido –ese al que también conocemos como prójimo- cuya vida corría peligro, y no dudó en arriesgar la suya para salvarla. Por fortuna, no todo son crímenes, robos o violencia doméstica. De vez en cuando un claro en el bosque nos permite ver el sol y darnos cuenta de que estamos llamados a misiones más altas, de que hay un camino de la luz que debemos recorrer y que éste pasa indefectiblemente por el prójimo. Qué sueño más limpio el de aquel que ha salvado una vida. Qué noche de estrellas para quien tiene la conciencia tranquila. Gracias, David.



viernes, 7 de agosto de 2009

Esto es un atraco

Nota entregada por un atracador a la cajera de un banco:

“No sé ponga nerviosa ni dé la voz de alarma. Esto es un atraco. Lo que me tiene que entregar no se encuentra en billetes de 10, 20 ó 50 euros. Es algo valioso que sólo usted posee. No, no toque el bolso; no se encuentra ahí. Ya le he dicho que se tranquilice. Lo que busco lo lleva usted puesto en este mismo momento. Tampoco se mire la ropa. Lo que quiero lo tiene debajo de la blusa, debajo de la piel, y es para muchos el verdadero astro que da vida a esta tierra, cuya posesión alivia el paso de las horas. Ya habrá imaginado a qué me refiero, ¿verdad? Quizá llegue tarde, quizá otro ladrón se me haya adelantado y me tenga que marchar con la bolsa vacía; pero es el último intento para remediar la pobreza de mis manos, esta ausencia de caricias. No levante aún los ojos, por favor; no soportaría su mirada sin respuesta. Déjeme antes decirle que es usted un ángel, que todas las mañanas la observo pasar desde la cafetería de la esquina y con eso ya tengo alimento suficiente para todo el día, que nunca otros pasos vistieron de ese modo la mañana y que en mí hallaría el viento más leal y sincero. Ahora tiene dos opciones. Bien devolverme la nota sin levantar los ojos, en cuyo caso yo me iré tal como he venido, con la bolsa y el alma vacías; o bien devolvérmela con la mejor de sus sonrisas, en cuyo caso, y si resisto esa mirada, supondré que de toda esta locura ha nacido una luz con la que emprender al menos el camino. No intente engañarme, se lo ruego; tal vez mientan sus palabras, pero el brillo de sus ojos la delataría. Gracias.”

martes, 4 de agosto de 2009

Un cura de aldea

Se cumple hoy el 150 aniversario del tránsito del Cura de Ars, motivo por el cual Benedicto XVI ha decretado que el año presente sea considerado como Año Sacerdotal. Pero ¿quién fue en realidad este santo para que haya sido propuesto como modelo de sacerdotes? Juan María Vianney, que así se llamaba nuestro cura, nació cerca de Lyon en 1786. Su paso por el seminario no fue excesivamente brillante debido a su más bien baja capacidad intelectual; sus superiores se vieron obligados a levantar la mano en los exámenes para que pudiera concluir su preparación para el sacerdocio. Sin embargo, estas ayudas que recibió no fueron de forma gratuita: Juan María era tan buena persona que a nadie se le pasaba por la imaginación que la Iglesia pudiera dejar escapar a un cura tan extraordinario.

¿Adónde destinarían a este sacerdote de escasas luces intelectuales que tampoco se mostraba especialmente dotado para la predicación? La solución la encontraron en una aldea, Ars, perteneciente a la diócesis de Belley. Pensaron que allí se iba a encontrar en su ambiente, rodeado de gente sencilla que no le plantearía grandes interrogantes y a la que sólo tendría que atender en las cosas cotidianas de la vida y de la muerte.

Mas al poco tiempo, la sorpresa. Ars se estaba convirtiendo en un foco de atracción para toda Francia y desde la corte parisina llegaban hasta la aldea gentes del más alto linaje que buscaban en Juan María un consejo certero, una absolución misericordiosa y una guía que los ayudara a superar sus propios defectos y las más difíciles situaciones. El cura rural era, a los ojos de todos, un santo y a la gente no le importaba guardar cola durante horas para beneficiarse de él, para poder confesarse con un hombre que, sin saberlo él mismo, era una avanzadilla del cielo en la tierra.

Su vida estaba hecha de mortificaciones, oración y trabajo. Era sencillamente un sacerdote dedicado en exclusiva a todo lo que suele hacer un sacerdote: preocuparse por el alma de sus feligreses y atender a quienes acuden a él con todo tipo de necesidades. Las cartas y las catequesis que nos ha dejado escritas transpiran honradez, sentido común, espiritualidad y ese toque de mística del que sólo están dotados los más grandes. En una catequesis sobre la oración podemos leer lo siguiente: “El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis encontrado la felicidad en este mundo”. Y más adelante añade: “Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: ‘Sólo dos palabras, para deshacerme de ti.’ Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.”

No, no era tan retrasado como pudiera parecer en un principio el buen cura de Ars. Sabía cuáles eran las cosas más importantes en esta vida y sólo se limitaba a ponerlas en práctica. “Mi secreto –decía él- es sencillísimo: dar todo y no conservar nada”. Por su bondad, por su dedicación en cuerpo y alma a sus feligreses, la Iglesia no dudó no sólo en canonizarle, sino incluso en proponerle como modelo y patrono de los sacerdotes diocesanos, especialmente de aquellos que llevan adelante un sacrificado y poco conocido trabajo en las parroquias.

sábado, 1 de agosto de 2009

Arderéis como en el 36


A nadie se le escapa que estamos viviendo una época de laicismo feroz, donde las creencias religiosas de uno, en especial si se encuentran bajo el cobijo de la Iglesia católica, son una y otra vez vilipendiadas desde distintos frentes. Pensaba, sin embargo, guiado quizá por el deseo de que la sangre no llegase al río, que algunos episodios, como el de las botellas de gasolina sobre una iglesia de Majadahonda, eran sólo hechos aislados producto de algún loco, y quizá puedan serlo en alguna ocasión. Sin embargo, mucho me temo que este hecho, como las pintadas aparecidas en algunas iglesias de Barcelona en el aniversario de la Semana Trágica, sea la consecuencia de la campaña de acoso contra los católicos que estamos padeciendo.

Así parece desprenderse del informe del Observatorio de Antidifamación Religiosa (OADIR), presentado el jueves de la semana pasada en Madrid. “En la sociedad española se está desarrollando, no por casualidad, sino impulsado por ciertos actores de la vida pública, una oleada de anticatolicismo feroz, so capa de tolerancia y progreso”, recoge el texto. Algo que en el último año hemos podido comprobar “no sólo en la calle o en los medios de comunicación, sino, lo que es más preocupante, en algunos partidos políticos, en declaraciones de miembros del Gobierno y en sentencias judiciales [...] de tal manera que el ciudadano español sufre una persecución que le lleva a odiar a la Iglesia católica”.

El informe, que se puede descargar desde la página http://www.oadir.org/, recoge algunos de los últimos episodios de difamación religiosa y ataques a la Iglesia, como las acciones contra las iglesias de Madrid y Barcelona referidas anteriormente, las cajas de cerillas que repartieron las feministas del “barco del aborto” con el lema “la única iglesia que ilumina es la que arde”, la campaña desatada por los viñetistas del diario “Público”, Fontdevila y Vergara, con más de 70 viñetas anticlericales en menos de diez meses, o la proposición no de ley de ERC contra el Papa por sus declaraciones sobre el sida.

Los ataques actuales serían, según el Observatorio de Antidifamación Religiosa, el resultado de un largo proceso que se resume en las siguientes etapas:

-Se ridiculiza a la fe y a sus símbolos.
-No se tienen miramientos a la hora de mofarse de los sentimientos religiosos de los creyentes.
-Se pasa al ataque verbal.
-Comienzan los ataques físicos, primero a los edificios y bienes muebles e inmuebles de los cristianos.
-La violencia contra los cristianos se incrementa y afecta también a la integridad física de los creyentes, o se llega incluso a su asesinato.

Hace poco leía la noticia de una cristiana que había sido ejecutada en Corea del Norte por el “delito” de repartir biblias. Tampoco hace tanto tiempo de cuando un hecho semejante, igual que la ostensión de cualquier otro símbolo religioso, podía acarrear la muerte en España. ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Tan lejos quedan en la memoria los episodios del año 36, o es que algunos quieren precisamente hacernos volver a esa época? Quien juega con fuego termina quemándose, y todo este odio que se está sembrando quizá no tarde mucho en producir sus frutos; algunos, en realidad, ya los estamos recogiendo. Un poco de sensatez, por favor. Si, tras los últimos actos vandálicos, las personas responsables de las últimas campañas anticatólicas tuvieran dos dedos de frente, cejarían en sus ataques. No creo que sea mucho pedir. Por el bien de todos.