
Seguramente no sea tan fácil como la frase a la que alude el título de este escrito, pero al menos así lo parece tras enterarse uno de las hazañas del doctor Pedro Cavadas, el cirujano que, con un trasplante de cara, mandíbula y lengua en el hospital La Fe de Valencia, el primero del mundo de estas características, nos ha colocado en primera línea de este tipo de intervenciones. No sé si finalmente la operación será un éxito –las previsiones son optimistas, los médicos esperan poder dar el alta a este paciente en menos de diez días-, pero a mí lo que me parece no ya un éxito, sino un auténtico milagro, es que alguien se atreva a coger la aguja y ponerse a echar un remiendo al rostro de una persona.
Antecedentes no le faltaban a este mago de la cirugía, no en cuanto al rostro humano, pero sí en lo referente a otras partes de nuestra anatomía. Como el caso de un paciente al que hace tres años reimplantó la pierna derecha, amputada en un accidente. Pues ahora cojo la pierna y te la pongo en la ingle. Y ahora en el tobillo derecho, que todavía no está listo el muñón. Parece cosa de película, de algún científico loco, pero esto fue literalmente lo que hizo el doctor Cavadas con esta persona, malabarismos quirúrgicos que al resto de mortales se nos escapan.
En el caso que nos ocupa, la primera parte –y la más difícil- del proceso fue la extracción del rostro del donante. A continuación, tras proceder a la identificación de los nervios, las venas y las arterias del receptor, se pasó a encajar las diferentes piezas, especialmente la lengua, que, con un mayor número de terminaciones nerviosas, era el órgano más delicado; y, con ella, la mandíbula y la parte inferior del rostro hasta el cuello. Por último, se procedió a cerrar la piel.
Al paciente ahora le aguarda un largo y duro proceso de recuperación física. En un año tendrá que recuperar la movilidad en la lengua, el habla, la capacidad de tragar, el gusto y la sensibilidad. En cambio, la parte psicológica ya parece superada. “Se ha mirado al espejo, se ha reído, está encantado”, explicaba el doctor Cavadas. Esta sonrisa recuperada, con independencia del resultado final de la intervención, me parece ya todo un éxito; la esperanza es algo que no tiene precio, y más después de once años de calvario, como era el caso de este paciente.
Felicidades, pues, para el doctor Cavadas y para esta persona que ha logrado ver la luz tras largos años de desesperación. Felicidades también para nuestra medicina que, al menos en este tema de los trasplantes, se coloca en la vanguardia mundial. Por último, uno no puede dejar de formularse cierta pregunta maliciosa cuando comprueba los avances de la medicina actual, y más si piensa en el inquilino de la Moncloa: ¿para cuándo el trasplante de cerebro?
Antecedentes no le faltaban a este mago de la cirugía, no en cuanto al rostro humano, pero sí en lo referente a otras partes de nuestra anatomía. Como el caso de un paciente al que hace tres años reimplantó la pierna derecha, amputada en un accidente. Pues ahora cojo la pierna y te la pongo en la ingle. Y ahora en el tobillo derecho, que todavía no está listo el muñón. Parece cosa de película, de algún científico loco, pero esto fue literalmente lo que hizo el doctor Cavadas con esta persona, malabarismos quirúrgicos que al resto de mortales se nos escapan.
En el caso que nos ocupa, la primera parte –y la más difícil- del proceso fue la extracción del rostro del donante. A continuación, tras proceder a la identificación de los nervios, las venas y las arterias del receptor, se pasó a encajar las diferentes piezas, especialmente la lengua, que, con un mayor número de terminaciones nerviosas, era el órgano más delicado; y, con ella, la mandíbula y la parte inferior del rostro hasta el cuello. Por último, se procedió a cerrar la piel.
Al paciente ahora le aguarda un largo y duro proceso de recuperación física. En un año tendrá que recuperar la movilidad en la lengua, el habla, la capacidad de tragar, el gusto y la sensibilidad. En cambio, la parte psicológica ya parece superada. “Se ha mirado al espejo, se ha reído, está encantado”, explicaba el doctor Cavadas. Esta sonrisa recuperada, con independencia del resultado final de la intervención, me parece ya todo un éxito; la esperanza es algo que no tiene precio, y más después de once años de calvario, como era el caso de este paciente.
Felicidades, pues, para el doctor Cavadas y para esta persona que ha logrado ver la luz tras largos años de desesperación. Felicidades también para nuestra medicina que, al menos en este tema de los trasplantes, se coloca en la vanguardia mundial. Por último, uno no puede dejar de formularse cierta pregunta maliciosa cuando comprueba los avances de la medicina actual, y más si piensa en el inquilino de la Moncloa: ¿para cuándo el trasplante de cerebro?
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