
Me ha costado encontrarla, pero la noticia existía, pude verla ayer en Telemadrid. Perdida en el maremágnum de sucesos que nos inunda cada día, he querido rescatarla para mostrar que no es sólo mal lo que nos rodea, que a veces un pedazo de sol visita esta tierra en penumbras en la que vivimos y nos hace reconfortarnos con lo mejor de nosotros mismos.
Ayer, en el último encierro de las fiestas patronales de Leganés, se vivieron momentos dramáticos cuando un joven de 21 años resultó corneado a la entrada de la plaza y perdió temporalmente el conocimiento, segundos antes de que llegara el resto de astados. En esos instantes, David Rodríguez, otro joven que también corría el encierro, no se lo pensó dos veces y arrastró al caído a un lugar seguro, lejos de los pitones que aún faltaban por llegar.
Es difícil mirar el horizonte cuando lo que está en juego es nuestra propia vida. Sin embargo, esta persona tuvo tiempo de mirar al suelo y descubrir que allí yacía un desconocido –ese al que también conocemos como prójimo- cuya vida corría peligro, y no dudó en arriesgar la suya para salvarla. Por fortuna, no todo son crímenes, robos o violencia doméstica. De vez en cuando un claro en el bosque nos permite ver el sol y darnos cuenta de que estamos llamados a misiones más altas, de que hay un camino de la luz que debemos recorrer y que éste pasa indefectiblemente por el prójimo. Qué sueño más limpio el de aquel que ha salvado una vida. Qué noche de estrellas para quien tiene la conciencia tranquila. Gracias, David.
Ayer, en el último encierro de las fiestas patronales de Leganés, se vivieron momentos dramáticos cuando un joven de 21 años resultó corneado a la entrada de la plaza y perdió temporalmente el conocimiento, segundos antes de que llegara el resto de astados. En esos instantes, David Rodríguez, otro joven que también corría el encierro, no se lo pensó dos veces y arrastró al caído a un lugar seguro, lejos de los pitones que aún faltaban por llegar.
Es difícil mirar el horizonte cuando lo que está en juego es nuestra propia vida. Sin embargo, esta persona tuvo tiempo de mirar al suelo y descubrir que allí yacía un desconocido –ese al que también conocemos como prójimo- cuya vida corría peligro, y no dudó en arriesgar la suya para salvarla. Por fortuna, no todo son crímenes, robos o violencia doméstica. De vez en cuando un claro en el bosque nos permite ver el sol y darnos cuenta de que estamos llamados a misiones más altas, de que hay un camino de la luz que debemos recorrer y que éste pasa indefectiblemente por el prójimo. Qué sueño más limpio el de aquel que ha salvado una vida. Qué noche de estrellas para quien tiene la conciencia tranquila. Gracias, David.
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