
“No sé ponga nerviosa ni dé la voz de alarma. Esto es un atraco. Lo que me tiene que entregar no se encuentra en billetes de 10, 20 ó 50 euros. Es algo valioso que sólo usted posee. No, no toque el bolso; no se encuentra ahí. Ya le he dicho que se tranquilice. Lo que busco lo lleva usted puesto en este mismo momento. Tampoco se mire la ropa. Lo que quiero lo tiene debajo de la blusa, debajo de la piel, y es para muchos el verdadero astro que da vida a esta tierra, cuya posesión alivia el paso de las horas. Ya habrá imaginado a qué me refiero, ¿verdad? Quizá llegue tarde, quizá otro ladrón se me haya adelantado y me tenga que marchar con la bolsa vacía; pero es el último intento para remediar la pobreza de mis manos, esta ausencia de caricias. No levante aún los ojos, por favor; no soportaría su mirada sin respuesta. Déjeme antes decirle que es usted un ángel, que todas las mañanas la observo pasar desde la cafetería de la esquina y con eso ya tengo alimento suficiente para todo el día, que nunca otros pasos vistieron de ese modo la mañana y que en mí hallaría el viento más leal y sincero. Ahora tiene dos opciones. Bien devolverme la nota sin levantar los ojos, en cuyo caso yo me iré tal como he venido, con la bolsa y el alma vacías; o bien devolvérmela con la mejor de sus sonrisas, en cuyo caso, y si resisto esa mirada, supondré que de toda esta locura ha nacido una luz con la que emprender al menos el camino. No intente engañarme, se lo ruego; tal vez mientan sus palabras, pero el brillo de sus ojos la delataría. Gracias.”
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