
No, no había pasado por ella el tiempo. Sus facciones se dibujaban ante él tal como las recordaba, con los pómulos marcados y ese pelo corto y negro que enmarcaba una perenne sonrisa, con esos ojos que parecían abrir de par en par las ventanas del alma. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era el hecho del volver a verla, de tener de nuevo ante sus ojos esos rasgos que creía definitivos en las habitaciones del recuerdo, esos aposentos cerrados para siempre por las llaves del tiempo.
Casi se le escapaban las lágrimas al contemplar con vida aquellos años, aquella luz que, aunque volvía a nombrar de nuevo las cosas, sabía completamente vedada. Imaginaba cómo habría podido ser su vida junto a ella, el roce de esas manos capaces de aliviar la tristeza de las horas; y se preguntaba qué destino o mala estrella era el suyo, que le había privado de tantos sueños trazados.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que a punto estuvo de olvidar que lo que estaba viendo era una película y que la chica no era ella sino una actriz que asombrosamente siempre se le había parecido como una gota de agua a otra, que ese tiempo que ahora cobraba vida no era sino un intento amargo del alma de penetrar en esa luz que nunca tuvo.
Casi se le escapaban las lágrimas al contemplar con vida aquellos años, aquella luz que, aunque volvía a nombrar de nuevo las cosas, sabía completamente vedada. Imaginaba cómo habría podido ser su vida junto a ella, el roce de esas manos capaces de aliviar la tristeza de las horas; y se preguntaba qué destino o mala estrella era el suyo, que le había privado de tantos sueños trazados.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que a punto estuvo de olvidar que lo que estaba viendo era una película y que la chica no era ella sino una actriz que asombrosamente siempre se le había parecido como una gota de agua a otra, que ese tiempo que ahora cobraba vida no era sino un intento amargo del alma de penetrar en esa luz que nunca tuvo.
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