domingo, 28 de junio de 2009

El curso en que amamos a Farrah Fawcett


Bueno, en realidad a mí quien más me gustaba era Jaclyn Smith. Pero he de reconocer que Farrah, como rubia explosiva, como “sex symbol” de toda un época, no tenía rival, y así se lo parecía a la mayoría de mis compañeros. Esa temporada, 1978-79, fue el año del COU y de la Selectividad, de una ayudante de cocina rubia y guapa que teníamos en el colegio y de largas noches de insomnio para preparar bien los exámenes. Fue el año que ganó Suárez sus segundas elecciones, el de un compañero medio nazi que teníamos en clase y el de múltiples discusiones políticas por la recién estrenada democracia. Fue también el primer año que viví en Madrid y el curso de los madrugones, de levantarme cada lunes a las seis para coger el tren a Toledo en la que sería mi última etapa en un internado de la capital castellano-manchega. Fue el curso de mis diecisiete años.

Cada viernes, de nuevo el tren hacia Madrid a pasar el fin de semana, y allí, en la primera tele en color que tuvimos en casa, esas “tres muchachitas que fueron a la academia de policía” que tanto temblor causaban en las pupilas, “Los ángeles de Charlie”, una mezcla de fierecillas e ingenuidad que tan bien funcionaba y que lograba que mantuviéramos la atención de principio a fin; en esto de las series de televisión, hay que reconocer que Aaron Spelling era todo un maestro.

Uno de los ingredientes más sabrosos de la serie consistía en la “invisibilidad” de Charlie, un personaje del que sólo oíamos su voz dirigiéndose a sus “ángeles”, y la incertidumbre de si un día llegarían a conocerle, algo por lo que las tres detectives se mostraban especialmente ansiosas. Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que el tal Charlie o era un “voyeur” que se complacía siguiendo en la distancia a las tres chicas, o era un capullo de tomo y lomo que nunca se dignó a quedar con semejantes bellezas para tomar una copa y brindar por el éxito de sus misiones. Claro, que él se lo perdía.

Ahora he leído que Jill Monroe, el ángel más espectacular y cuya eterna melena rubia nunca se descomponía por más movimientos que hiciese, ha muerto a la edad de 62 años. Pero no se lo crean. Los ángeles no mueren nunca y menos cumplen años. Si no, asómense a ese cielo de mi adolescencia, a esa serie de finales de los setenta; verán cómo todavía Jill-Farrah continúa desempeñando misiones para Charlie.


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