jueves, 26 de noviembre de 2009

Fin de noviembre


Con algo de retraso, pero ya están aquí los primeros fríos, los fríos de verdad. De los árboles del jardín, al olmo apenas le quedan unas cuantas hojas del inmenso globo o sueño amarillo de hace unos días; en cambio, el paraíso aguantará hasta finales de diciembre. Hoy el día está gris, afiladamente gris, con la tristeza bañando el alma y cada cosa, con la luz y su fecha de caducidad a punto de cumplirse. Bajo mi ventana, agoniza el Beckham, el último de una generación de gatos medio callejeros que nos ha acompañado desde que vinimos al pueblo, hace doce años. Lleva ya más de un mes enfermo, con sus mejoras y sus recaídas, pero, para ser sinceros, no creo que pase de esta noche. Creo que es sólo el afecto, las palabras cariñosas con que le llamamos, lo que consigue que se estiren sus horas un poco más. A quien echo de menos es a la lluvia y su rumor oscuro, una mansa lluvia que calme el ansia y esta soledad de la luz, que purifique esta amargura y colme el tiempo con su sueño antiguo. Y mientras tanto el día, a lomos de pequeñas palabras, a punto de marcharse al cielo incierto de las viejas lunas.

Para el Beckham, en el recuerdo.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Una mirada de cine


Sólo un tipo duro como Humphrey podía haber resistido ese fuego del cielo. No me extraña que en su primer trabajo juntos, “Tener y no tener” (1944), quedara prendido de ella y se casaran al año siguiente. Hace unos días, Betty Joan Perske recibió el Oscar honorífico por su carrera cinematográfica. Seguro que este nombre no les dice nada, pero si escribo Lauren Bacall, seguro que caen en la cuenta. O “The Look”, La Mirada, tal como era conocida por la intensidad de la misma.

Esto de los Oscar, como casi todos los premios, tiene a veces sus injusticias, sus lagunas inmensas, y la no concesión de este premio a Lauren Bacall era una de ellas. Claro, que tampoco se lo concedieron a Alfred Hitchcock (sí, han leído bien), ni a Howard Hawks (el de “La fiera de mi niña” y otro buen puñado de obras maestras), ni a Cary Grant como mejor actor, y se tuvieron que conformar con el honorario. Y a un maduro John Wayne, cuando después de viajar en “La Diligencia” para defenderla de los indios o de recorrerse medio Monument Valley en busca de Natalie Wood en “Centauros del desierto”, al fin se lo concedieron por “Valor de ley”, película en la que aparecía con un parche en un ojo, no se le ocurrió otra cosa que exclamar: “Si lo llego a saber, me lo pongo antes”. Comprensible su respuesta.

Lauren Bacall sólo estuvo nominada una vez, como mejor actriz secundaria, por “El amor tiene dos caras” (1996); hubiera tenido narices (las de Barbra Streisand, su hija en la película) que se lo hubieran concedido por esta interpretación. Bienvenida sea, por tanto, esta concesión del Oscar, aunque haya tenido que esperar unos cuantos años y se le haya concedido casi por la puerta de atrás, en una ceremonia que por primera vez se desgaja de la gala de la Academia de Hollywood. Títulos como “El sueño eterno”, “Cayo Largo”, “Cómo casarse con un millonario”, “Escrito sobre el viento” o “Mi desconfiada esposa” brillan con luz propia en el universo cinematográfico; y, en cada uno de ellos, una mirada que traspasa las pantallas, que te desarma y te fulmina hasta casi disolverte en el éter: Lauren Bacall, The Look, La Mirada.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Como entonces


Se parece a ti. Diría que eres tú. Es más: yo sé que eres tú, al menos para el reloj del alma. Y tan de blanco como en aquel otoño, con ese triunfo blanco en tu mirada. Cualquiera que no te conociese diría que eres una aparición, un ángel del más remoto cielo; pero yo sé que eres tú, con la certeza de la nieve y la plegaria del anhelo, con ese pájaro oculto en tu mirada. ¿Por qué todas se te parecen en estos días? ¿Por qué siempre vuelves en un cielo de nácar? Mil palabras aguardan que las redimas, que les digas que son tuyas para elevarte. No podía imaginar que siguieses ahí, que en el tiempo de la luz me esperases. Sé que eres tú porque el ángel vuelve, porque el alma te persigue, como entonces, con sus palomas encendidas.

martes, 17 de noviembre de 2009

Veinte años después


Conservaba aquellos recuerdos como en un pliegue del silencio, a salvo del mundo y de sus horas, en donde tal vez sólo el canto de los pájaros pudiese interpretar su auténtico valor. Recordaba las horas de clase, las escapadas al bar a tomarse un bollito a media mañana, las horas en los jardines de la facultad en donde cada beso de ella era como una pequeña muerte en primavera, a salvo de palabras inútiles y del paso acelerado de la gente. Creía ver todavía su rostro deletreado por el sol, cada pliegue y cada sonrisa en su exacto significado, con cada palabra como la auténtica trama de la vida.

Veinte años después de todo aquello, encontró el caballero la posibilidad de abrir aquella puerta, de salir de nuevo a aquella hierba que aún debía de conservar las huellas de sus cuerpos. Había sido algo tan simple como teclear su nombre en las páginas blancas de Telefónica en Internet y encontrar una dirección. Se sorprendía de que fuese el nombre de ella el que apareciese al lado de un teléfono, pues suponía otro nombre en su vida, pero no podía saber qué había sido de su existencia en todos esos años. Pensó en descolgar el teléfono y escuchar aquella voz en otro tiempo tan familiar; sin embargo, finalmente decidió ir en su busca y encontrarse con ella, que las miradas decidiesen lo que habría de suceder.

El pequeño chalé parecía bastante coqueto. Un sauce crecía en una esquina y sus hojas secas regaban el césped de un jardín que suponía cuidado por aquellas manos delicadas que un día tuvo entre las suyas. En la acera de la calle, más y más hojas se amontonaban hasta formar un río hacia el olvido. Apostado en una esquina, no percibió el más mínimo movimiento en la puerta durante un largo rato; alguien, sin embargo, debía de vivir allí, alguien cuyo corazón alentara esas paredes como un día alentó su sueño. Por fin, la puerta se abrió y una figura femenina comenzó a cruzar el umbral, aún borrosa por la sombra y la distancia. Había llegado el momento. Veinte años se encontrarían frente a frente. Veinte años, de golpe en una calle. Sin embargo, antes de percatarse siquiera de quién era esa mujer, giró sobre sus pasos y se dio la vuelta. Prefirió que esos besos y esas caricias viviesen para siempre en la luz de una lejana primavera.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Una sola palabra

La persona tan querida de la que hablaba tres entradas abajo era mi padre, que sufrió un desvanecimiento del que por fortuna parece que se va recuperando. Ya se encuentra en casa, aunque de momento el aire de la calle no puede ni olerlo. Tampoco puede, por tanto, cumplir con su costumbre diaria de asistir a misa y recibir la Comunión. Todo tiene remedio en esta vida, eso es al menos lo que dicen, y si mi padre no puede acudir a la iglesia, pues que sea la iglesia la que venga a él, en esta ocasión en los pasos de un sacerdote. Todo, entonces, acordado para que se presentara en casa a la una del mediodía de ayer sábado.

Pero, hete aquí, y menos mal que avisó a tiempo, que no se presentaba solo en casa, que venía acompañado de otra persona. Todo preparado para recibirle a él y resulta que viene con alguien más. Y menuda compañía. Mucho más importante que el alcalde y el resto de autoridades locales o provinciales, como anuncian en los programas de las fiestas. Mucho más importante que el presidente autonómico y su corte de consejeros. Más importante incluso que el obispo. Y que un ministro o el Presidente del Gobierno. Y que el Rey. Y que el Papa. Nada menos que el mismísimo Jesús de Nazaret se presentaba en casa y yo sin enterarme. Sí, el mismo que comía con publicanos y pecadores. El mismo que anunció a Zaqueo que se hospedaba en su casa, para llevarle la salvación. El mismo a quien dijo el centurión que no era digno de que entrase en su casa. Yo tampoco lo soy, Señor. Pero una sola palabra tuya limpiará mi alma.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Puesta de sol


La caída de la tarde, silenciosa, lenta, suavemente inapelable, con ese ángel que parece asomar por el horizonte y ese gemido del alma, con las luces que se marchan y esas otras luces que se encienden en los ojos y en las casas, hora de recogimiento y de oración, de volver a contarle secretos a las cuatro paredes, de perderse en los laberintos del sueño y de pronunciar las palabras que a la vez son vuelo y nuevo día.



Coloca el cursor en la parte superior de la foto del enlace; verás que señala las 6:10 de la tarde. Bájalo lentamente con el ratón, sin presionarlo, y podrás contemplar una puesta de sol en Hong Kong. Gracias, Henar.



sábado, 7 de noviembre de 2009

Era noviembre

Era noviembre cuando el sol
comenzó a dibujar tu rostro,
cuando a falta de nombre
te puse el de una estrella.
No importaban las hojas en el suelo,
el nombre ajado de la luz,
tampoco el verso dolorido
que lentamente entraba en los pulmones
ni el reinado callando del ciprés.
Eras tú quien triunfabas
sobre nostalgias y cenizas,
sobre reflejos y minutos
que en vez de al tiempo
se marchaban contigo.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Sucede que te mueres

Pues sucede que te mueres, que ya no estás aquí, que lo que era hace un instante ya no es y que la incredulidad asalta el alma y los ojos de cuantos te miran. Unas frases inconexas, unas convulsiones, y te marchas para siempre de este mundo y del corazón de los tuyos; así, de la noche a la mañana, sin nadie que te avise de esta cita, abandonando tus cosas y tus esperanzas a pesar de que “aún surgirán mañanas luminosas,/ que, bajo un cielo azul, la primavera,/ indiferente a mi mansión postrera,/ encarnará en la seda de las rosas.”, como dice el famoso poema de Agustín de Foxá.

Hace unos meses escribía un post donde alertaba de los síntomas del infarto cerebral. Seguro que nadie –yo también, lo reconozco-, o casi nadie, se acuerda de ellos, al menos de todos, o tal vez haya gente que aún no los conozca. Hoy, alguien muy querido para mí se encuentra en el hospital. Gracias a Dios, no ha sido grave y ha podido contarlo, aunque aún se encuentra en observación. No ha sido propiamente un infarto cerebral, pero sí algo relacionado también cerebro; gracias a la rápida actuación de los servicios del SAMUR, la cosa no ha ido a mayores. Vuelvo ahora a transcribir la regla, mediante tres preguntas, para reconocer estos síntomas –a esta persona le sucedía lo de las frases inconexas- porque creo que es de interés general. Cópiela o apréndasela de memoria; quizá pueda salvar una vida.

1. Pida al afectado que SONRÍA.
2. Pídale que levante AMBOS BRAZOS.
3. Dígale QUE PRONUNCIE UNA SIMPLE FRASE, coherente, como por ejemplo “Hoy hace un día estupendo”.

Si ve a alguien que presenta dificultad con cualquiera de estas tres pruebas, no lo piense un segundo y llame inmediatamente a urgencias; quizá esté a tiempo de salvar una vida.