
Con algo de retraso, pero ya están aquí los primeros fríos, los fríos de verdad. De los árboles del jardín, al olmo apenas le quedan unas cuantas hojas del inmenso globo o sueño amarillo de hace unos días; en cambio, el paraíso aguantará hasta finales de diciembre. Hoy el día está gris, afiladamente gris, con la tristeza bañando el alma y cada cosa, con la luz y su fecha de caducidad a punto de cumplirse. Bajo mi ventana, agoniza el Beckham, el último de una generación de gatos medio callejeros que nos ha acompañado desde que vinimos al pueblo, hace doce años. Lleva ya más de un mes enfermo, con sus mejoras y sus recaídas, pero, para ser sinceros, no creo que pase de esta noche. Creo que es sólo el afecto, las palabras cariñosas con que le llamamos, lo que consigue que se estiren sus horas un poco más. A quien echo de menos es a la lluvia y su rumor oscuro, una mansa lluvia que calme el ansia y esta soledad de la luz, que purifique esta amargura y colme el tiempo con su sueño antiguo. Y mientras tanto el día, a lomos de pequeñas palabras, a punto de marcharse al cielo incierto de las viejas lunas.
Para el Beckham, en el recuerdo.
Para el Beckham, en el recuerdo.