miércoles, 4 de noviembre de 2009

Sucede que te mueres

Pues sucede que te mueres, que ya no estás aquí, que lo que era hace un instante ya no es y que la incredulidad asalta el alma y los ojos de cuantos te miran. Unas frases inconexas, unas convulsiones, y te marchas para siempre de este mundo y del corazón de los tuyos; así, de la noche a la mañana, sin nadie que te avise de esta cita, abandonando tus cosas y tus esperanzas a pesar de que “aún surgirán mañanas luminosas,/ que, bajo un cielo azul, la primavera,/ indiferente a mi mansión postrera,/ encarnará en la seda de las rosas.”, como dice el famoso poema de Agustín de Foxá.

Hace unos meses escribía un post donde alertaba de los síntomas del infarto cerebral. Seguro que nadie –yo también, lo reconozco-, o casi nadie, se acuerda de ellos, al menos de todos, o tal vez haya gente que aún no los conozca. Hoy, alguien muy querido para mí se encuentra en el hospital. Gracias a Dios, no ha sido grave y ha podido contarlo, aunque aún se encuentra en observación. No ha sido propiamente un infarto cerebral, pero sí algo relacionado también cerebro; gracias a la rápida actuación de los servicios del SAMUR, la cosa no ha ido a mayores. Vuelvo ahora a transcribir la regla, mediante tres preguntas, para reconocer estos síntomas –a esta persona le sucedía lo de las frases inconexas- porque creo que es de interés general. Cópiela o apréndasela de memoria; quizá pueda salvar una vida.

1. Pida al afectado que SONRÍA.
2. Pídale que levante AMBOS BRAZOS.
3. Dígale QUE PRONUNCIE UNA SIMPLE FRASE, coherente, como por ejemplo “Hoy hace un día estupendo”.

Si ve a alguien que presenta dificultad con cualquiera de estas tres pruebas, no lo piense un segundo y llame inmediatamente a urgencias; quizá esté a tiempo de salvar una vida.

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