domingo, 15 de noviembre de 2009

Una sola palabra

La persona tan querida de la que hablaba tres entradas abajo era mi padre, que sufrió un desvanecimiento del que por fortuna parece que se va recuperando. Ya se encuentra en casa, aunque de momento el aire de la calle no puede ni olerlo. Tampoco puede, por tanto, cumplir con su costumbre diaria de asistir a misa y recibir la Comunión. Todo tiene remedio en esta vida, eso es al menos lo que dicen, y si mi padre no puede acudir a la iglesia, pues que sea la iglesia la que venga a él, en esta ocasión en los pasos de un sacerdote. Todo, entonces, acordado para que se presentara en casa a la una del mediodía de ayer sábado.

Pero, hete aquí, y menos mal que avisó a tiempo, que no se presentaba solo en casa, que venía acompañado de otra persona. Todo preparado para recibirle a él y resulta que viene con alguien más. Y menuda compañía. Mucho más importante que el alcalde y el resto de autoridades locales o provinciales, como anuncian en los programas de las fiestas. Mucho más importante que el presidente autonómico y su corte de consejeros. Más importante incluso que el obispo. Y que un ministro o el Presidente del Gobierno. Y que el Rey. Y que el Papa. Nada menos que el mismísimo Jesús de Nazaret se presentaba en casa y yo sin enterarme. Sí, el mismo que comía con publicanos y pecadores. El mismo que anunció a Zaqueo que se hospedaba en su casa, para llevarle la salvación. El mismo a quien dijo el centurión que no era digno de que entrase en su casa. Yo tampoco lo soy, Señor. Pero una sola palabra tuya limpiará mi alma.

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