
comenzó a dibujar tu rostro,
cuando a falta de nombre
te puse el de una estrella.
No importaban las hojas en el suelo,
el nombre ajado de la luz,
tampoco el verso dolorido
que lentamente entraba en los pulmones
ni el reinado callando del ciprés.
Eras tú quien triunfabas
sobre nostalgias y cenizas,
sobre reflejos y minutos
que en vez de al tiempo
se marchaban contigo.
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