domingo, 28 de junio de 2009

El curso en que amamos a Farrah Fawcett


Bueno, en realidad a mí quien más me gustaba era Jaclyn Smith. Pero he de reconocer que Farrah, como rubia explosiva, como “sex symbol” de toda un época, no tenía rival, y así se lo parecía a la mayoría de mis compañeros. Esa temporada, 1978-79, fue el año del COU y de la Selectividad, de una ayudante de cocina rubia y guapa que teníamos en el colegio y de largas noches de insomnio para preparar bien los exámenes. Fue el año que ganó Suárez sus segundas elecciones, el de un compañero medio nazi que teníamos en clase y el de múltiples discusiones políticas por la recién estrenada democracia. Fue también el primer año que viví en Madrid y el curso de los madrugones, de levantarme cada lunes a las seis para coger el tren a Toledo en la que sería mi última etapa en un internado de la capital castellano-manchega. Fue el curso de mis diecisiete años.

Cada viernes, de nuevo el tren hacia Madrid a pasar el fin de semana, y allí, en la primera tele en color que tuvimos en casa, esas “tres muchachitas que fueron a la academia de policía” que tanto temblor causaban en las pupilas, “Los ángeles de Charlie”, una mezcla de fierecillas e ingenuidad que tan bien funcionaba y que lograba que mantuviéramos la atención de principio a fin; en esto de las series de televisión, hay que reconocer que Aaron Spelling era todo un maestro.

Uno de los ingredientes más sabrosos de la serie consistía en la “invisibilidad” de Charlie, un personaje del que sólo oíamos su voz dirigiéndose a sus “ángeles”, y la incertidumbre de si un día llegarían a conocerle, algo por lo que las tres detectives se mostraban especialmente ansiosas. Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que el tal Charlie o era un “voyeur” que se complacía siguiendo en la distancia a las tres chicas, o era un capullo de tomo y lomo que nunca se dignó a quedar con semejantes bellezas para tomar una copa y brindar por el éxito de sus misiones. Claro, que él se lo perdía.

Ahora he leído que Jill Monroe, el ángel más espectacular y cuya eterna melena rubia nunca se descomponía por más movimientos que hiciese, ha muerto a la edad de 62 años. Pero no se lo crean. Los ángeles no mueren nunca y menos cumplen años. Si no, asómense a ese cielo de mi adolescencia, a esa serie de finales de los setenta; verán cómo todavía Jill-Farrah continúa desempeñando misiones para Charlie.


viernes, 26 de junio de 2009

El sonido del dos caballos


Al comienzo lo hacía con una moto Guzzi de color rojo, pero en los últimos años resultaba inconfundible el sonido del dos caballos que tenía a propósito para esta tarea. Cada día, al atardecer, comenzaba la ronda por el pueblo que le llevaba a visitar a los enfermos, a todos aquellos que no habían podido desplazarse hasta la clínica por guardar cama en su casa. Hoy es impensable algo semejante. A no ser que la cosa sea grave –e incluso así es necesaria una larga lucha por teléfono-, no consigues que un médico se digne a pisar tu casa. Y forastero, por supuesto.

Se ha muerto don José, el médico del pueblo, el de toda la vida. Llevaba años retirado, pero cuando me dieron la noticia me pareció volver a oír por la calle el ruido destartalado de su coche que por sí solo ya te tranquilizaba. Como su presencia. Era cruzar la puerta de la alcoba y retroceder el cincuenta por ciento de la enfermedad. La mano sobre tu frente, una cuchara para mirarte la boca y sus palabras tranquilizadoras. La receta, dos días de cama, y la enfermedad que comenzaba su retirada definitiva. Un tiempo, una cercanía, una confianza que parecen perderse en la noche de los tiempos.

¿A qué hora terminaba su consulta? Allí mismo, en la parte baja de su casa, tenía habilitada una clínica frente a la cual, en unos portales invadidos por la penumbra, la gente comenzaba una cháchara mientras esperaba su turno; un perro de escayola, junto a un espejo bajo, parecía guardar el secreto de todas aquellas conversaciones. Tal vez eran ya las tres, las cuatro, la hora en que se marchaba la última persona que había esperado frente a su puerta.

En una época en la que casi nadie disponía de vehículo propio, podías contar con la generosidad del suyo. Recuerdo en especial aquella vez en que a mi hermano, que tenía entonces dos años y cayó enfermo con acetona, hubo que llevarle a Madrid porque creíamos que se moría. Yo entonces contaba con cinco años y no comprendí la gravedad de la situación hasta que no vi salir al abuelo llorando de la habitación; creo que fue la única vez que le vi llorar en mi vida. Pero allí estaba el coche en la puerta, un Gordini de los de entonces. Por fortuna todo quedó en un susto y, según contaron después, ya en el trayecto mi hermano comenzó a sentirse mejor. Un perrito de esos que movían la cabeza fue su entretenimiento durante el viaje.

Ya no quedan médicos así, con esa cercanía y esa presencia familiar, con esa calidez del buen hacer en sus manos. Siento que un pedazo de mi vida se ha marchado para siempre al cielo sepia de los recuerdos, allí donde las palabras componen su más bello discurso. Descanse en paz, don José.

lunes, 22 de junio de 2009

Dos clases de locura

Quiso ayer el azar o el destino que nos encontráramos en los periódicos con dos noticias que vienen a reflejar lo mejor y lo peor de la condición humana. Por un lado las alimañas, la parte más baja de nuestro ser que se arrastra por el suelo, una plaga que viene asolando nuestro país desde hace más de cuarenta años y que, gracias a la cobardía de unos, la complacencia de otros y la estupidez –por no decir algo más gordo- de no pocos, sigue asolando esta tierra. Una persona quemada viva ha sido la última víctima en el altar de su fanatismo.

Por otro lado, la parte más noble, aquella que nos eleva por encima del resto de criaturas y nos reconcilia con el Creador, aquella que nos mueve a completar la obra que un día Dios puso en marcha. Vicente Ferrer. Toda una vida dedicada a los más pobres, los intocables, aquellos cuyo simple contacto puede “ensuciar” a los miembros de las castas superiores. Ahí está su obra: escuelas, hospitales, viviendas, embalses, 135.000 niños apadrinados y una larga lista de servicios de la que se benefician más de dos millones de personas. Pero, sobre todo, la esperanza, una luz en el camino para todos aquellos que no tenían más horizonte que el barro y la miseria.

Se ha escrito de él que fue un loco y un visionario. Y en efecto. Hay que estar muy loco para dejarlo todo y dedicarse a la causa de los más desfavorecidos. Pero es un tipo de locura que podríamos llamar positiva. O divina. Porque Vicente Ferrer era un hombre de fe, un hombre que creía profundamente en la providencia de Dios y en la capacidad para el bien de los hombres; ahí queda su obra para ser continuada. En el polo contrario estaría el otro tipo de locura, la perversa o negativa cuya manifestación pudimos comprobar el viernes. Porque también hay que estar muy loco para dedicarse a hacer el mal, para ir sembrando el dolor y el llanto donde quiera que vayas; ¿se les habrá ocurrido a estos asesinos pensar por un instante que hay algo que se llama compasión y que produce infinitamente más placer que la sangre derramada?

Vicente Ferrer es un como un dios para las miles de personas que ayudó a lo largo de su vida, para esos ríos humanos que ahora se acercan para darle su último adiós; muchas de estas personas tienen incluso en sus hogares una foto suya junto a las de sus dioses. Seguramente, al propio Vicente Ferrer no le agradaría semejante elevación. Pero, a poco que nos esforcemos, no nos será difícil ver en estos gestos las palabras de las Escrituras donde se nos dice que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. El hombre, como Dios, es capaz de amar, capaz de compadecerse; el hombre está llamado a amar primero a Dios y luego a sus semejantes, en los que puede encontrar el rostro divino. No es difícil para un cristiano ver en Vicente Ferrer esa semejanza divina, ese llamamiento a amar al prójimo en una vida que no se cansó de entregar a los pobres. Bendita sea esta locura de la que ojalá un día todos nos contagiemos.

jueves, 18 de junio de 2009

Día del Español

Si Cervantes levantara la cabeza, estaría orgulloso de la fuerza y pujanza de su idioma. Ni Carod-Rovira ni demás aldeanos que por estas tierras circundan son capaces de poner en peligro la salud de un idioma que sirvió para unir las dos orillas del Atlántico. El español es la cuarta lengua más hablada del mundo (450 millones de personas), el segundo idioma de comunicación internacional y el tercero más utilizado en la red, manejado, en concreto, por el 8,2% de los usuarios; el inglés es el primero con el 29,1% de los internautas, y el chino el segundo, con el 20,1%. Desde al año 2000 hasta el 2008, el español ha incrementado su uso en un 619%, muy por encima del inglés, con un 226,7% en este mismo periodo. Se calcula que en el año 2030 el 7,5% de la población será hispanohablante, y en 2050, Estados Unidos será el primer país hispanohablante del planeta. Compartir el español incrementa el comercio bilateral en un 290%.

Traigo todos estos datos a colación porque el próximo día 20, el Instituto Cervantes va a celebrar, en todas sus sedes, el I Día Internacional del Español. Para ello, ha creado una página web, http://www.eldiae.es/, donde los internautas pueden elegir su palabra preferida de nuestra lengua y proponer, en el llamado “Ficcionario”, su neologismo particular, la palabra que incluirían en el DRAE. En Madrid, los fastos comenzarán con una lluvia de palabras (las propuestas en la citada web), a la que seguirá la confección de un poema gigante y colectivo de 150 metros, además de diversas actividades musicales, teatrales y festivas.

Entre los términos incluidos hasta la fecha en el “Ficcionario”, nos podemos encontrar con propuestas de todo tipo. He aquí una muestra de ellas: abrazólogo, asaviento, aspronauta, astiharto, astroguarra (madre mía, cómo protesta el Word), atorniscao, cachorrear (pues ésta la permite), cafetoso, calcetinarse, ciberpaleto, desastrófico, descolifloro, enmujerarse, fantabuloso, fantomenal, gastroalquimia, güisquear, insoporhablante, joropiciar, juliembre, limpietud, manejanta, nadalismo, obsolento, palarrastre, personajismo, pofavó, quehaydelomío, quepaqué, querrible, quistante, refrigorificar (¡vaya palabro!), sexabrupto, taitantos, tefusionar, telebasurista, ustedear, vagapasillos, zuzuarregui...

Entre las nuevas palabras sugeridas, algunas beben de la cultura popular más reciente, las nuevas tecnologías o la calle, como fistro, copipastear o fiestuki; algunas rezuman espíritu fraterno, como besabrazo, y otras provienen más bien de la malicia natural de los hablantes: zetaparo, cansautor o aznarato. Las nuevas redes sociales, como Facebook o Tuenti, tampoco podían quedar al margen, con palabras como chimichurri o tuentiamigo. Hasta ahora, las más votadas son ambientólogo (al parecer, una suerte de conspiración de los de Ciencias Ambientales), guarrindongui, progresí, pidigüili y arfavó. Progresí vendría a significar “la neolengua que el PSOE trata de imponer en el Reino de España para impedir que las personas puedan expresar críticas, opiniones y llamar a las cosas por su nombre”.

En cuanto a las palabras favoritas del diccionario de la RAE, la lista la encabezan malevo (parece que hay toda una campaña argentina en Facebook), chapuza y albricias, seguidas por valentía, malabarista, infamia, cariño y abrazo. También ocupan lugares destacados luz, ojalá, fútbol, morriña, paella, no, dios, mañana, sonrisa y bregar. Y no son pocos los arcaísmos que se tratan de recuperar, como cernadero, acerico o bodoque. A esta última lista me gustaría añadir, ya que dediqué un artículo a ella, la palabra acercanza.

No me resisto a poner las razones de un (o una) internauta de Hungría para proponer la palabra viento, un auténtico vendaval de belleza: “Viento: la misma palabra ya levanta cierzos y tramontanas, arremolina hojas en los rincones, mece atardeceres y mueve molinos. El viento me trae recuerdos de un viaje mítico a Tarifa con Saima y Thierry donde quedamos atrapados bajo el hechizo del viento. Sopla, viento, sopla”.

Las votaciones comenzaron el pasado 22 de mayo, pero aún queda tiempo para pasarnos por esa página y emitir nuestro voto. Termino con otra lista de palabras que creo que pueden figurar entre las más bellas de nuestro hermoso idioma: mariposa, alma, deseo, belleza, cielo, entrega, melodía, coruscante, alborada, umbría, sueño, misericordia, madre, sagrario, humildad, escarlata, caricia, miel, caridad, gentilhombre, elegía, ola, brisa, mar, estrella, titilante, piropo, magnolio, arena, mirada, musa, pupila, poema, estela, calma, cántico, metáfora, romántico, rocío, arrullo, gracia, ruiseñor, oropéndola, acacia, penumbra, sosiego, solsticio, niebla, inocencia, churumbel, compasión, amapola, espuma, jardín, corazonada, preces, donaire, fulgor, silueta, crisol, iris, beso, pimpollo, asombro, amor, rosa, clavel, lágrima, hierba, pájaro, esmeralda, lluvia, perfume, abracadabrante, zozobra, ultramarino, garzón, doncel, curruscante, tenebroso, (estas cuatro últimas me las apuntó Cami en su comentario a la palabra acercanza), vagabundo, vaivén, fantasía, tránsito, melancolía, destello, añoranza, sueño, silencio, nostalgia, amanecer, golondrina... (leo la lista a media voz y casi entro en éxtasis).


Al cierre de esta edición, infamia (773 votos) encabeza la lista de las palabras que existen, seguida de malevo (521) y chapuza (384). Mientras que el “Ficcionario” continúa encabezado por ambiéntólogo (663), guarrindongui (304) y progresí (234).

miércoles, 17 de junio de 2009

Esta luz



Cómo crecen los días,
más allá de la cuesta
y del silencio de estos ojos,
hasta las blancas tapias
del cementerio
e incluso más allá de los cipreses
se prolonga esta luz que no termina
y que amenaza con vestir la nada.
Cómo atraviesa los minutos,
los instantes y el alma misma
esta luz que parece
llamar al infinito.
Qué hermosa es la palabra que no llega,
la que flota en el aire
hasta llenar la tarde
de querubines.

domingo, 14 de junio de 2009

El pan de los pobres

Si hay un santo popular y milagrero, éste no es otro que San Antonio de Padua, cuya festividad celebramos hoy. Ya León XIII le llamó “el santo de todo el mundo”, porque su devoción se extiende prácticamente a todos los rincones. Invocado por todos aquellos despistados en busca del objeto perdido y por las mozas que buscan novio, su vida, como es lógico, no se reduce a estas tradiciones y leyendas que la devoción popular nos ha transmitido.

Nacido en Lisboa el 15 de agosto de 1195, en el seno de una familia aristocrática, su verdadero nombre era Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo. Sus primeros hábitos fueron los de los Canónigos de San Agustín; sin embargo, como ocurre tantas veces, no era éste el camino que le tenía reservado el Señor. Un amigo suyo había ingresado en la nueva orden fundada por Francisco de Asís, los franciscanos, y, enviado a Marruecos como misionero, encontró allí el martirio. Este hecho conmocionó a la sociedad portuguesa de su época y a buena parte de la cristiandad, porque hacía mucho tiempo que no se hablaba de mártires. Fueron muchos los jóvenes que quisieron entrar en la orden para ocupar el puesto de los mártires y llevar el Evangelio a tierra mora; entre ellos se encontraba Antonio.

Sin embargo, tampoco iba a ser Marruecos el destino de nuestro santo. Al poco de llegar a esta tierra, se vio aquejado de hidropesía, que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses, por lo que hubo que devolverle a Europa. Sus superiores no tardaron en descubrir la valía del joven sacerdote y decidieron hacer de él un formador de la gran cantidad de aspirantes que se acercaban a la orden. Padua, sede de una floreciente universidad, se convertiría en su destino final y la ciudad en la que entregaría su alma al Señor el 13 de junio de 1231. Le costó aceptar la decisión, pero comprendió que la santidad no consiste en hacer lo que a uno le gusta, sino en aceptar los designios de Dios.

Dotado de un enorme poder para la oratoria, con una voz sonora y bien timbrada, tuvo desde el primer momento el don de llegar al corazón de los fieles con un mensaje lleno de sabiduría. El propio San Francisco, que miraba con desconfianza a teólogos y eruditos, se convenció de que en Antonio habitaba otro tipo de sabiduría. Por esta razón le dio no sólo permiso para predicar al pueblo, sino para enseñar teología a los propios frailes.

Con el poder de su palabra y su conocimiento de las Sagradas Escrituras, en las que era todo un experto, obtuvo numerosas conversiones de herejes, que en aquella época abundaban en el norte de Italia. En una ocasión, cuando los herejes de Rímini impedían al pueblo acudir a sus sermones, Antonio se acercó a la orilla del mar y empezó a gritar: “Oigan la palabra de Dios ustedes los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”. A su llamada acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Este milagro conmocionó a toda la ciudad, por lo que los herejes tuvieron que ceder.

Antonio predicaba los cuarenta días de cuaresma, encontrándose incluso enfermo de hidropesía. La gente se agolpaba a su alrededor para tocarlo y le arrancaba pedazos del hábito, era necesario designar a un grupo de hombres para protegerle después de los sermones. A veces, bastaba su sola presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies. Allá donde iba, las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus sermones; algunas mujeres, incluso, salían antes del alba o permanecían toda la noche en la iglesia para conseguir un lugar cerca del púlpito. Las iglesias se quedaban pequeñas para albergar a su enorme auditorio y a veces predicaba en los mercados y en las plazas públicas.

Son muchos los milagros atribuidos a San Antonio, no sólo en su tiempo sino también en nuestros días. Es famoso aquel gesto suyo que permitió a dos jovencitas casarse gracias a la dote que el santo les proporcionó, con lo que escaparon de una vida que las conducía por los peores caminos. De aquella ayuda ha quedado la tradición de que el santo es un excelente casamentero, y hoy en día, en algunas ciudades como Madrid, no faltan muchachas que acuden a la pila del agua bendita de su ermita a echar alfileres que se convierten en prenda de buenos novios. La representación tradicional con el Niño Jesús en brazos se debe a un suceso que tuvo una enorme difusión cuando sucedió. Se encontraba San Antonio en casa de un amigo, cuando, en un momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía entre sus brazos.

Pero, más allá de tradiciones y leyendas, nos ha llegado algo que es más que una tradición. Hasta la creación de Cáritas, el servicio social cristiano se organizaba en la mayoría de los sitios en torno a San Antonio. Todavía existen muchos templos en los que podemos ver un cepillo con el letrero “Pan de San Antonio” o “Pan de los pobres”. Y esto sí tiene un origen histórico, pues el santo, lo mismo que los franciscanos en general, se convirtieron desde el primer momento de la fundación de la Orden en los mejores amigos de los pobres. Siempre al lado de los marginados, siempre al lado de los que sufren, los franciscanos, y San Antonio de manera especial, nos recuerdan al conjunto de la Iglesia aquella frase de Jesús en la que se identifica con el hermano necesitado: Tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis.

San Antonio, con el Niño Jesús en sus brazos, con la ternura que siempre prodigó a los que sufren, es, sobre todo, un modelo de caridad, un modelo de amor al necesitado por amor al Dios que veía en él. Antes que encontrar un objeto perdido o el novio y la novia que tanto anhelamos, pidámosle que nos ayude a tener un corazón grande y generoso, un corazón capaz de amar a Cristo y de ver a Cristo en los pobres.

jueves, 11 de junio de 2009

El "Padre nuestro" de Dios

Pensaba que la mayor enfermedad de este mundo no era la falta de fe o la crisis moral por la que atravesamos, sino que lo que agonizaba era la esperanza, las ganas de vivir y de luchar, el volver a descubrir las infinitas zonas de luz que existen en el ser humano y en las cosas que nos rodean. Pensaba también que el gran triunfo del mal en nuestro tiempo consistía no tanto en habernos vueltos ciegos como en habernos puesto a todos unas gafas negras para que creamos que sólo el mal acampa en el mundo; rodeados de malas noticias desde el despuntar del día hasta la noche, desde que abrimos un periódico hasta que apagamos la televisión, ¿cómo no vamos a pensar que es sólo mal y nada más que mal lo que nos rodea?

Procuró, desde los suplementos dominicales de ABC, desde esa extraordinaria serie de artículos titulada “Cuaderno de apuntes”, hablar a la gente desde el corazón, de las pequeñas alegrías de cada día, de esas zonas luminosas del mundo de las que nadie hablaba, y descubrió que aquellas palabras servían, que llegaban a la gente, y enseguida comenzó a recibir un aluvión de cartas de personas que le decían no que esos comentarios les gustaran más o menos o que estuvieran de acuerdo con sus ideas, sino que esos artículos les eran útiles, les ayudaban a vivir, que los esperaban cada domingo como un alimento, casi como una comunión.

Yo también era de los que esperaban esos artículos de José Luis Martín Descalzo como una comunión. Nada más llegar a casa el ABC del domingo, lo primero que hacía era buscar el suplemento para encontrarme con esas líneas que me hacían reflexionar y me llenaban de luz, que tocaban las fibras más sensibles del ser humano y no dejaban indiferente a nadie. No pretendía pintar un mundo de color de rosa ni inyectarnos un falso optimismo. El dolor estaba ahí, como parte de nuestra existencia. Pero pensaba que debíamos asumir la desgracia sin vestirnos con la amargura, sin dejarnos vencer por ella, que había que aprender a mirar más allá del dolor, que aunque nuestros pies chapotearan en el barro, nadie iba a impedirnos nunca levantar los ojos hacia las estrellas.

Se cumplen hoy dieciocho años de la muerte de mi querido Martín Descalzo, una persona que, de alguna manera, nunca ha dejado de estar presente en mi vida. Bien a través de su grandiosa “Vida y misterio de Jesús de Nazaret”, o releyendo sus recopilaciones de artículos, que aún rezuman vida, sigue frecuentando el pensamiento y el corazón de quien esto escribe. Se preguntaba en uno de estos artículos cómo podría ser la oración de Dios si un día quisiera rezar, cómo sería el “Padre nuestro” divino, la oración con que tal vez contestara a los hombres cuando alzan sus ojos al cielo y ponen en sus labios esas dos palabras milagrosas: Padre nuestro. Pensó que podría ser algo parecida a ésta:

Hijo mío que estás en la tierra,
preocupado, solitario, tentado,
yo conozco perfectamente tu nombre
y lo pronuncio como santificándolo,
porque te amo.
No, no estás solo, sino habitado por Mí,
y juntos construimos este reino
del que tú vas a ser el heredero.
Me gusta que hagas mi voluntad
porque mi voluntad es que tú seas feliz,
ya que la gloria de Dios es el hombre viviente.
Cuenta siempre conmigo
y tendrás el pan para hoy, no te preocupes,
sólo te pido que sepas compartirlo con tus hermanos.
Sabe que perdono todas tus ofensas
antes incluso de que las cometas;
por eso te pido que hagas lo mismo
con los que a ti te ofenden.
Para que nunca caigas en la tentación
cógete fuerte de mi mano
y yo te libraré del mal,
pobre y querido hijo mío.



Stabat Mater
Composición poética de José Luis Martín Descalzo

lunes, 8 de junio de 2009

Votar a los nuestros

Estas líneas no pretenden ser un análisis de la jornada electoral de ayer. Sesudos y más cualificados analistas que el que esto escribe hay en otros sitios, y también entre estos blogs, y no quisiera hacerles la competencia. Sí me gustaría realizar algún comentario sobre una frase que, entre los múltiples que sobrevolaban el recuento de papeletas, pude escuchar en la noche del domingo. Le oí decir, creo que a Federico, que las elecciones se convocan para poder mostrar nuestra disconformidad con la gestión del partido hasta ahora en el poder.

En efecto. No estamos obligados a votar una y otra vez al mismo partido, como así lo pudiera parecer a la luz de los resultados, del escaso margen de diferencia entre los dos grandes partidos nacionales. Un partido político no es, o no debiera ser, la familia de uno, aunque algunos entiendan la política como su finca particular. Un partido político tampoco es un equipo de fútbol al que guardar fidelidad porque sea imposible abandonar unos colores. Está muy arraigada entre nosotros la expresión “votar a los nuestros”, como si fueran los de casa, los de toda la vida. En este aspecto me parece que nuestra democracia aún se encuentra en pañales, a años luz de otros países de nuestro entorno. Aquí sería impensable un bajón como la de los socialistas en Francia o los laboristas en Gran Bretaña, países donde las urnas parecen asentarse sobre sólidos cimientos. Creo que esto se debe, en buena medida, a nuestro trágico y no demasiado lejano pasado, a esa herida que algunos se empeñan en mantener abierta.

Votar se ha convertido para muchos en un acto reflejo; la gente vota “a los suyos” sin detenerse a reflexionar si han traicionado su confianza o si al menos se merecen que se pongan en solfa las promesas de la campaña anterior y el gobierno de la legislatura que concluye; me temo que a algunos eso del programa electoral les suena como a un arcano de difícil acceso, como a una especie de jeroglíficos que sólo unos cuantos entendidos pudieran descifrar. No es de extrañar, por tanto, que con estas premisas se alcanzaran unos resultados con tan estrecho margen como los de ayer. El día en que a la hora de votar no se presente la papeleta como si fuera el segundo DNI, algo habrá cambiado en este país.


viernes, 5 de junio de 2009

Encontró el caballero

Encontró por fin el caballero, cansado de recorrer caminos en busca de una causa justa que defender y de trepar por corazones inaccesibles, una dama con quien compartir el final del día. Era de mirada profunda y delicada, como si hasta la más leve brisa alterase su semblante, de aspecto serio mas con una sonrisa que desplegaba inmensa y natural en momentos puntuales, y con un dolor desconocido que parecía escapar en cada gesto suyo.

Le pareció al caballero que semejante dama necesitaba protección constante y comenzó a sentir, en lo más hondo de su gruesa armadura, que un pájaro comenzaba a hacer su nido. Se prometió ofrecerle su espada y su brazo poderoso, además de su corazón curtido en derrotas, para protegerla de todo peligro, y así se puso en camino. Debía salvar un último obstáculo, acaso una magia de luz de un invisible enemigo, pero su lanza nada pudo contra el cristal y los rayos catódicos.

miércoles, 3 de junio de 2009

Cenizas (a Lola Santiago)

Sólo sabía de ella que escribía en el ABC. Perdidos muchas veces en un maremágnum de noticias de “la más rabiosa actualidad”, se nos escapan muchas veces palabras calmadas, escritas como en la orilla de los días, y que seguramente nos aportarían la pizca de sosiego necesaria en este tráfago incesante que nos rodea.

Hace poco venía en el periódico la noticia del fallecimiento de la escritora –escritora y pintora, como se definía ella- Lola Santiago (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1952), hermana del también escritor José Miguel Santiago Castelo, subdirector de ABC. A muchos no les dirá nada este nombre, incluso yo mismo tuve que hacer por unos instantes un pequeño esfuerzo de memoria para situarla en las páginas de este periódico. Leyendo su necrológica, me entero de que su obra literaria se había centrado sobre todo en la poesía. “Apenas un trazo” (1985), “Ya no es tiempo de lilas” (1993), “Pulso roto” (1995), “Plenitud del instante” (1998), y “De Centro a Boca” (2004), son los títulos de sus poemarios. También escribió una novela, “Blues del silencio” (2006), y “Rayas de cebra”, una recopilación de sus artículos en ABC recién salida de la imprenta y que la escritora quería presentar en la Feria del Libro. Hace unos meses se había embarcado en un nuevo proyecto, una revista digital dedicada a la cultura, http://www.laotraesquina.es/, dirigida por ella misma.

En los últimos tiempos, su nombre se me escapaba entre el torrente de noticias y nombres que nos rodean. Sin embargo, hubo una época en que la leía con cierta regularidad. Incluso he recordado que ese artículo que todavía andaba dando vueltas por mi mesa y que recorté porque me gustó bastante, lleva su firma. Se titula “Cenizas” y, curiosamente, son unas palabras de despedida a otro poeta de su tierra pacense, Manuel Pacheco, cargadas de lluvia y de melancolía. Lo transcribo a continuación como homenaje a esta escritora.

CENIZAS

La melancolía fuerte apretaba la tarde pacense. Un grupo nutrido de personas acudían a un ritual funerario y entrañable. En silencio, una barca atravesaba el Guadiana para en su centro, allí donde la corriente es más espesa, derramar unas cenizas. Eran las pavesas de un poeta. A mucha gente que no sea de la región, les resultará extraño su nombre, Manuel Pacheco, pero fue un gran poeta y un hombre triste. Como la tarde en que se fundió para siempre con el río que amaba. Los paraguas chorreaban nostalgia. Como su alma. Todos estaban allí, familiares, amigos y autoridades. Silencio emotivo. Se leen unos versos del poeta. Se aplaude. Y los claveles, las rosas y algunas guirnaldas caen en las aguas verdosas del río. Y en breve tiempo todo ha terminado. La voluntad del poeta se ha cumplido. Ya está fundido con la naturaleza que tanto amó. Hay como un desgarro de guitarra que se lleva el viento. Sin apenas moverse.

Son las siete y media de la tarde de esta primavera recién estrenada. Apoyada en la baranda, miro al río. La lluvia fina e insistente marca hoyuelos concéntricos, separados unos de otros, equidistantes, perfectos. Comienza a anochecer en el embarcadero. Entre un puente moderno y los arcos que saben de tantas historias del puente viejo. Cae la tarde. Sigue la lluvia. Los grupos empiezan a dispersarse. El agua y las cenizas fundidas para siempre. Y no tengo ni un verso tuyo, Pacheco. Porque tu mejor verso lo has escrito en este anochecer lluvioso con la melancolía infinita del silencio.

Lola Santiago
ABC, 1-4-98