
Le pareció al caballero que semejante dama necesitaba protección constante y comenzó a sentir, en lo más hondo de su gruesa armadura, que un pájaro comenzaba a hacer su nido. Se prometió ofrecerle su espada y su brazo poderoso, además de su corazón curtido en derrotas, para protegerla de todo peligro, y así se puso en camino. Debía salvar un último obstáculo, acaso una magia de luz de un invisible enemigo, pero su lanza nada pudo contra el cristal y los rayos catódicos.
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