lunes, 8 de junio de 2009

Votar a los nuestros

Estas líneas no pretenden ser un análisis de la jornada electoral de ayer. Sesudos y más cualificados analistas que el que esto escribe hay en otros sitios, y también entre estos blogs, y no quisiera hacerles la competencia. Sí me gustaría realizar algún comentario sobre una frase que, entre los múltiples que sobrevolaban el recuento de papeletas, pude escuchar en la noche del domingo. Le oí decir, creo que a Federico, que las elecciones se convocan para poder mostrar nuestra disconformidad con la gestión del partido hasta ahora en el poder.

En efecto. No estamos obligados a votar una y otra vez al mismo partido, como así lo pudiera parecer a la luz de los resultados, del escaso margen de diferencia entre los dos grandes partidos nacionales. Un partido político no es, o no debiera ser, la familia de uno, aunque algunos entiendan la política como su finca particular. Un partido político tampoco es un equipo de fútbol al que guardar fidelidad porque sea imposible abandonar unos colores. Está muy arraigada entre nosotros la expresión “votar a los nuestros”, como si fueran los de casa, los de toda la vida. En este aspecto me parece que nuestra democracia aún se encuentra en pañales, a años luz de otros países de nuestro entorno. Aquí sería impensable un bajón como la de los socialistas en Francia o los laboristas en Gran Bretaña, países donde las urnas parecen asentarse sobre sólidos cimientos. Creo que esto se debe, en buena medida, a nuestro trágico y no demasiado lejano pasado, a esa herida que algunos se empeñan en mantener abierta.

Votar se ha convertido para muchos en un acto reflejo; la gente vota “a los suyos” sin detenerse a reflexionar si han traicionado su confianza o si al menos se merecen que se pongan en solfa las promesas de la campaña anterior y el gobierno de la legislatura que concluye; me temo que a algunos eso del programa electoral les suena como a un arcano de difícil acceso, como a una especie de jeroglíficos que sólo unos cuantos entendidos pudieran descifrar. No es de extrañar, por tanto, que con estas premisas se alcanzaran unos resultados con tan estrecho margen como los de ayer. El día en que a la hora de votar no se presente la papeleta como si fuera el segundo DNI, algo habrá cambiado en este país.


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